Déjà vu

Hoy me lo ha puesto muy caliente, pero no hay prisa. Este descanso del trabajo es uno de los pocos momentos que puedo dedicarme a mí mismo con tranquilidad y relajarme en la terraza. Con este buen tiempo es muy agradable estar aquí sintiendo el sol y un poco de aire. Ahora apenas hay gente y puedo elegir mi mesa de todos los días. Es un placer no hacer nada, solo ver pasar a la gente, escuchar retazos de conversación y también, desde hace días, al hombre que toca el saxofón en la esquina al otro lado de la calle. A pesar del ruido de los coches, la potencia del saxofón llega con nitidez. Siempre la misma canción, que reconocí a los pocos días, Take five. En algún disco tengo ese tema tocado por Charlie Parker, aunque sé que no es un tema suyo. No sé de quién es, pero me encanta, consigue que me sienta envuelto por la música, como si estuviera dentro de un suave remolino. Qué agradable el cielo azul, esas nubes deshilachándose tan despacio. Parecen ir dejando hilos blancos que aclaran aún más el tono celeste. Tan agradable el sol en la cara, cerrar los ojos y escuchar el sonido del saxofón. Quizá debería cruzar hoy la calle y darle unas monedas. Tantos días escuchándole y aún no le he dado nada. No sé si tengo suelto. Sí, cinco monedas de veinte. No es mucho. El café sigue caliente, pero qué bien huele. El humo sube también en pequeños hilos blancos. ¿Llegará este humo de alguna forma a unirse al de las nubes? También es un placer sentir el calor de la taza entre las manos, acercarla para absorber este aroma tostado. ¡Qué pocas veces nos tomamos la molestia de disfrutar de los olores de la comida! Aún quema. No pasan demasiados coches por esta calle y puedo ver al hombre del saxofón, muy abrigado para estos días tan cálidos. Se toma un descanso. Desde aquí diría que tiene unos sesenta años. Su figura pequeña algo encorvada recoge unas pocas monedas de la funda del saxofón y vuelve a empezar. Take five. Podría aprovechar ahora para cruzar la calle y darle las monedas, el café seguirá caliente cuando vuelva, sería solo un momento. El camarero me conoce y sabe que no me iría sin pagar. Para mí es agradable escucharle, pero puede que los vecinos cercanos estén cansados de oír siempre la misma melodía. Será solo un momento. Quizá esa mujer asomada a la ventana del segundo le esté diciendo algo, no puedo entenderlo desde aquí. Parece enfadada o asustada. Es verdad que me ha parecido sentir el sonido de las bombonas hace un rato, aunque no veo al camión, quizá la mujer esté pidiendo una. Todavía en este barrio puede verse al camión del butano y a mujeres en bata que se asoman para decir cuántas quieren. ¡El del gas! Hace años que no oigo esa llamada. Quizá está hablando con alguien en la calle que no veo, tal vez un niño, aunque los niños a esta hora estarán en el colegio. ¡Qué grito más estridente! Y aquel hombre que habla por teléfono tan cerca del saxofón, ¿podrá entenderse? Quizá por eso gesticula tanto, intentando hacerse comprender moviendo la mano, que se agita como si fuera un director de orquesta. Es divertido imaginar que está dirigiendo al hombre del saxofón, aunque el brazo está pegado al cuerpo, el codo doblado como si mostrara algo en la mano o esperara también recibir una moneda. La mano dibuja siempre ángulos rectos, movimientos muy rígidos y rápidos. Debe de estar discutiendo, parece preocupado. ¿Puede entenderse tan cerca del hombre del saxofón? Creo que acabo de tener un dejavú, como si esto ya lo hubiera vivido. Claro que lo he vivido, porque llevo semanas tomando el café en esta terraza, pero el hombre que gesticula, la mujer de la ventana…, y sin embargo es como si ya lo hubiera vivido. Dicen que el dejavú se produce cuando estás tan cansado que tu cerebro es más rápido que tú, por eso cuando lo alcanzas crees haber estado ya allí. Pero no es el caso, no estoy cansado, todo lo contrario. Es casi mi mejor momento del día. El café ya no está caliente, más bien frío, y tiene un sabor agrio, como si me hubiera mordido la lengua. Qué raro. ¿Por qué el hombre que gesticula parece ahora más grande? Incluso puedo verle claramente las palmas de las manos. Sigue hablando por teléfono. El grito de la mujer vuelve a repetirse. Y por qué el camarero me pregunta tan insistentemente mi nombre. Ha cambiado el color de su ropa. No lo entiendo. El café tiene un sabor amargo, como si le hubiera echado sal en vez de azúcar. Debería decirle que se lo llevara. El sonido de los cláxones de los coches se mezcla con el de la música. No sé por qué el sonido del saxofón junto a las sirenas me recuerda a los años que viví en Nueva York, allí el sonido de las ambulancias era continuo, era parte del sonido de la ciudad. Eso no es un dejavú, es solo un recuerdo, pero sigo teniendo la sensación de que esto se repite: el hombre del saxofón, el grito de la mujer, el hombre que habla por teléfono y mueve tanto las manos. Está ahora tan cerca, casi puedo oírlo a pesar de la sirena. Es lo único malo de esta terraza, está tan cerca de la carretera que si pasan ambulancias o policía sus sirenas te taladran el oído. Pero solo un instante, en seguida se alejan. Sin embargo, ahí sigue chillando como un animal asustado, junto al sonido del saxofón y el hombre que gesticula y otra vez el grito de la mujer. ¿Cómo puedo oírlo todo a la vez? Sí, esto ya lo he vivido antes. Julio, me llamó Julio. Sí, estoy tranquilo. Solo me duele un poco la cabeza y este sabor amargo en la boca. 

Valentín Pérez Venzalá

Relato publicado en la antología «Mecenas legionensis» (2023)