Del manuscrito al libro electrónico. Fetichismo y digitalización
Trama y Texturas, 2, Marzo 2007, pp. 48-55
Durante los siglos XVI y XVII, en los que ya el uso de la imprenta estaba extendido en España, no dejaron por eso de continuar transmitiéndose muchas obras en forma manuscrita. Quiere esto decir que, a partir de una copia del autor, se hacían otras que iban circulando de mano en mano y tenían así una difusión relativamente amplia. Aunque puede pensarse que muchas de estas obras circulaban de forma manuscrita por motivos religiosos o políticos que hacían difícil su aprobación para la imprenta, lo cierto es que eran obras de todo tipo, desde poesía (y no solo la satírica) a “novelas”. Por ejemplo, por citar una obra de todos conocida, El Buscón de Quevedo se difundió durante años a través de manuscritos (se han conservado tres) hasta que un impresor avispado lo hizo imprimir por su cuenta en 1626.
Obras manuscritas circulaban por tanto en la era de la imprenta. Tampoco el propio libro impreso dejo de verse libre de copia pues no era infrecuente que otros impresores, que no contaban con licencia para imprimir una obra, lo hicieran, a riesgo de perder los libros, moldes y aparejos de esa obra y pagar una multa que, curiosamente, se dividía en tres partes: una para el denunciante, otra para el juez que lo sentenciara, y otra para la Cámara del Rey. Nada para el autor o para el legítimo impresor, salvo que el denunciante fuera efectivamente, como es lógico pensar, uno de éstos.
También la propia anécdota o el personaje eran proclives a la copia –llamémosla así para entendernos aunque no podemos considerarla efectivamente tal ni propiamente un plagio, que es un concepto más moderno-, pues si alcanzaba cierto éxito tarde o temprano aparecían segundas partes que no habían salido de la pluma de su primigenio autor, y ahí tenemos los segundos don Quijotes, Guzmanes y, por supuesto, Lazarillos; aunque el primero de éstos precisamente no tuviera autor conocido.
En cierta medida, no es tan diferente aquel panorama del actual, a excepción de las magnitudes que si son muy diferentes.
Difusión paralela a la industria del libro
Aunque las tecnologías digitales se han considerado como una revolución similar a la que supuso la imprenta, estas tecnologías tienen, por otra parte, también su parecido con el manuscrito en lo que supone una difusión distinta y paralela a la del libro impreso con el que conviven, interactúan y al que alimenta y del que se alimentan. Gracias a los formatos digitales, el texto -como el manuscrito del siglo de oro-, puede saltarse todo un proceso editorial que a menudo poco o nada tiene que ver con la creación misma. Lo cual no es ni bueno ni malo, sino todo lo contrario.
El autor necesita por tanto muy poco para llegar al lector. Desde su casa y con medios al alcance de prácticamente cualquiera, puede “publicar” su obra y darla a conocer. Internet es, en ese sentido, como el manuscrito, solo que ahora no son unas pocas copias las que circulan, sino que son potencialmente infinitas. Como en el caso del manuscrito, el texto digital llegará de alguna forma a un lector que si lo considera de interés en lugar de copiarlo a mano, como haría en el siglo de oro, y así dejar esa copia a otras personas conocidas, lo que hará será recomendarlo a través de las numerosas formas que internet le presta: un correo electrónico a un amigo, un enlace en su web, un mensaje en un foro, pero también copiarlo digitalmente y distribuirlo a su vez; enviándolo, imprimiéndolo, etc., e incluso, si es un editor, puede proponer editarlo en formato tradicional. El éxito del texto, aparentemente, solo dependerá de su propio valor, o al menos del interés que despierte en los lectores a los que vaya llegando de esta forma. El texto además no contará tampoco con las limitaciones físicas de la tirada de libros que aun teniendo en cuenta el préstamo bibliotecario y el préstamo privado -y hasta el incierto “crossbooking”- no podrá nunca salirse de los límites más o menos estrechos del mundo físico y que el mundo digital parece no tener, y más si el texto en cuestión se distribuye de forma gratuita, pues el factor económico –otro límite que es más habitual en la edición tradicional que en la digital- contribuirá indudablemente a que su potencial difusión sea aún mayor. Por otra parte, el texto digital no necesita transportarse físicamente, por lo que llegará fácilmente a cualquier rincón del planeta, sin coste adicional, y su número de copias son ilimitadas.
Esto que en el caso de la literatura puede ser sin duda muy interesante, en el caso de las obras de investigación se vuelve extraordinario y hoy ya imprescindible. Para el investigador, acostumbrado a perder infinidad de tiempo en recorrer bibliotecas buscando revistas científicas donde encontrar últimos avances sobre el tema de su interés, disponer de las últimas investigaciones a un golpe de ratón supone un enorme ahorro de tiempo y una evidente potenciación de su capacidad de investigación, ya que en la investigación el acceso a fuentes es parte fundamental. Igualmente a la hora de dar a conocer su trabajo, la posibilidad de hacerlo de forma casi inmediata sin esperar los meses y hasta años que habitualmente podría tardar en publicarse un trabajo en una revista en papel o en formato libro físico, es también fundamental y contribuye a que la ciencia avance mucho más rápido. Si además hablamos de la digitalización de libros y artículos de años pasados, de épocas previas a la era digital, que permiten tener prácticamente al alcance de la mano una completísima biblioteca donde consultar libremente, se puede decir que Internet es un auténtico paraíso para el investigador.
Hasta aquí como vemos, un panorama realmente idílico para el autor, y en principio también para el lector, y sin embargo lo cierto es que a pesar de todas estas ventajas, ambos siguen teniendo predilección por el soporte impreso. Y el editor, también.
El fetichismo del libro, la tiranía del soporte y el prestigio del papel
Hemos hablado de soporte impreso pero lo cierto es que, en el caso del libro, el soporte es mucho más que eso: mucho más que un mero soporte. Es difícil separar el texto del objeto físico. La mayoría de los lectores nos reconocemos auténticos fetichistas del libro: nos gusta tocar el libro, mirarlo, sopesarlo. Sin duda el libro es un objeto tecnológicamente perfecto, y nos reconocemos lectores precisamente en la forma y en el acto en el que se lee un libro. El texto en sí pudiera llegarnos de cualquier forma, de hecho el texto nos llegaba, mucho antes del libro, en forma oral, y ahora nos puede llegar también en forma digital, en forma de audio-libro, en el interior de un cd-rom o en el interior de una tarjeta de memoria. Reconocemos el texto, y su valor como tal es el mismo, pero seguimos sin reconocer el libro en ninguno de esos soportes, porque en cierta medida el libro como objeto físico ha vampirizado al texto (o quizá al revés), hasta el punto de que son prácticamente inseparables. El libro, por tanto, frente al texto, presenta un valor añadido del que no nos es tan fácil prescindir, al menos a quienes hemos crecido consultando la Espasa y no la Encarta o Google. Si el libro fuera solo el texto no nos atraería más un edición que otra, no preferiríamos una libro de tapa dura a un libro en rustica, no seleccionaríamos un libro con una tipografía más elegante que otro con una tipografía menos agradable, no preferiríamos un papel satinado a un papel ahuesado, etc,: no escogeríamos un libro por su diseño (si bien esto lo hacemos a diario con miles de productos en los que el soporte sí que no aporta nada, desde la pasta de dientes a las galletas del desayuno, pero esa es otra historia). En definitiva el libro es algo más que el texto, y por eso los intentos de reducirlo solo a éste y sustituir así su soporte tradicional por otro distinto están condenados a un relativo fracaso, o al menos no a un éxito que desbanque al libro tradicional, especialmente en el caso de la lectura no profesional o educativa, pues el lector que lee por placer busca y espera encontrar en esa actividad un placer que no se limita solo al placer intelectual de la lectura. Están pues condenados a un relativo fracaso, porque en definitiva no son un libro, pero sí otra cosa, con su propios valores y cauces que habría que conocer y potenciar. No se puede establecer una equivalencia de igualdad entre el libro digital y el libro tradicional, porque al contrario que otras manifestaciones, como por ejemplo la música, en la que al final lo importante es la calidad del sonido, sea cual sea el soporte; en el libro hay dos vertientes cada una de las cuales supone una fuente distinta de placer para el lector. Podemos decir en cierta medida que el libro se disfruta en dos fases: hay una fase de disfrute físico y una fase de disfrute intelectual.
Por supuesto que esto es a día de hoy porque, como decía, la inmensa mayoría de los lectores hemos crecido con el libro, al que hemos visto como objeto mágico, adorado, fuente de conocimiento y de placer, y nos hemos reconocido lectores mirándonos en sus páginas y concebimos la lectura en el papel de tal forma que ante lo digital de cierta extensión necesitamos imprimir para leer con verdadera comodidad. Pero es evidente que las generaciones que actualmente están creciendo consultando la Encarta -en el mejor de los casos, porque el “rincondelvago” es tan solo un síntoma-, es probable que carezca de ese fetichismo del libro que nos invade a nosotros, y que sea sustituido por otro que ya embarga a muchos, que es precisamente el fetichismo tecnológico, el gusto por lo último en tecnología, por el “gadget”, lo cual, como veremos, sería un error no aprovechar para la causa de la lectura.
Pero al margen del valor del diseño -y que no es privativo del libro pues en cierta medida lo embarga todo-, o del valor añadido que el libro físico puede añadir al texto en sí, el papel goza además de prestigio frente a lo digital que en cierta medida es desdeñado igualmente por su relación con la gratuidad, pues a su vez se tiende -muchas veces equivocadamente-, a relacionar precio y valor. Tanto en revistas como en libro, el autor prefiere el papel, porque considera que le concede prestigio o le da auténtica calidad y condición de escritor. Se tiene pues la sensación de que internet, o el soporte digital, al estar al alcance de cualquiera, es de aficionados, frente al papel que está destinado a los profesionales o a los que realmente se les reconoce un valor[1]. También el lector, dado que en principio cualquiera pueda publicar en internet, y en principio no conoce las garantías que puede darle una página o una editora digital, no siente confianza por los miles de textos que puede encontrar en la red si no están previamente avalados por un nombre o por otro valor extra-digital (o extra-literario). Se considera en definitiva que el texto impreso, al llevar detrás todo un proceso y una serie de profesionales, garantiza una calidad; lo cual evidentemente es cierto en gran medida, aunque las librerías están llenas de textos de muy escasa calidad y seguramente manuscritos maravillosos dormirán el sueño de los justos en cientos o miles de cajones o discos duros.
Lo publicado en internet o lo digital, aparece desprovisto de autoridad, necesita un refrendo adicional que al papel impreso de por sí no se le pide. Si además tenemos en cuenta que existe una superabundancia de publicaciones impresas de tal forma que es prácticamente imposible atender a todas, la presencia también abundantísima en la red, hace la cosa mucho más complicada. Dicho de otra forma, hay tantísimo que leer, como para perder el tiempo leyendo textos digitales cuya autoridad o calidad no esté garantizada.
En general nos estamos refiriendo sobre todo a textos y a libros digitales totalmente ajenos al mundo editorial impreso, es decir, autores que escriben y publican a través de medios digitales o que difunden sus obras a través de formatos electrónicos, generalmente de forma gratuita. La autoridad de estos textos vendrá avalada por la confianza que nos dé el sitio en el que se publican – existen evidentemente publicaciones digitales prestigiosas, especialmente en el ámbito de la investigación, pero también en la creación literaria- y también, como sucede en el mundo impreso, por el currículum o nombre del autor.
El libro electrónico
En cuanto al libro electrónico, da la sensación de que las propias editoriales no están interesadas en que este formato tenga éxito. Precisamente hemos dicho que el formato digital permite saltarse el proceso editorial, por tanto parece que las editoriales temen precisamente que el triunfo del libro electrónico las ponga en peligro. Pero ya hemos visto que el libro electrónico y el libro n papel no son plenamente equiparables y por tanto no son tampoco sustituibles el uno por el otro. Precisamente existe también ese error a la equiparación en el precio. Si como hemos dicho el libro tradicional aporta muchos más valores añadidos al texto, el libro electrónico no debería tener el mismo precio. Pero es que además, todos lo sabemos, el coste económico de creación del texto no es el más cuantioso. Es decir el coste principal del libro está en su manufactura, en su distribución y en su venta. La creación intelectual del texto en el mejor de los casos supone un 10% del precio de venta del libro. Así que, si precisamente en el libro electrónico las tres facetas mencionadas se reducen muchísimo, por no decir totalmente, ¿por qué los editores se empeñan en ofrecer los libros electrónicos, cuando lo hacen, casi al mismo precio que el libro en formato tradicional? Una forma de que el libro electrónico despegara es que su precio fuera mucho más bajo que el del libro tradicional. De la misma forma que por ejemplo muchas editoriales al cabo de un tiempo de sacar la edición en tapa dura editan el mismo libro en formato bolsillo o en rustica a un precio más asequible, deberían editar los libros –si se quiere, igualmente transcurrido un tiempo prudencial- en formato electrónico a un precio menor. Eso no restaría ventas reales al libro tradicional, ni en su formato grande ni en su formato bolsillo, porque los editores saben que cada formato tiene su lector. Lo mismo sucede o deberá suceder con el libro electrónico.
Pero es que además las editoriales no editan habitualmente sus libros en formato electrónico, cuando supondría una posibilidad de ampliar ventas con un coste muy reducido. La Casa del Libro tiene un portal dedicado a la venta de libros electrónicos –curiosamente el enlace desde la web está escondido en el rincón inferior derecho bajo el epígrafe de “otros servicios”- donde encontramos en realidad muy pocos títulos, en general los textos son más bien desconocidos, abunda más el libro de temática específica que el libro general o de literatura, y desde luego no hay obras de autores contemporáneos consagrados. Las editoriales en definitiva, tienen miedo a que el texto sea copiado, sea impreso y que en definitiva les reste ventas.
Pero ese temor quizá sea infundado, por todo lo que hemos comentado; el libro no es como la música o el cine, que en el fondo son directamente contenidos digitales. Por tanto la copia de libros no va a revestir nunca la misma gravedad, sobre todo porque la reproducción de libros es mucho más cara que la reproducción de música o películas. Imprimir un libro es a veces tan caro como adquirirlo directamente, por eso la reproducción en papel de libros abunda sobre todo en textos de difícil o nula posibilidad de adquisición o bien en manuales o textos profesionales con un precio elevado.
Digitalización y difusión. Promoción de la lectura
Y ahí entra también la polémica de la digitalización de libros por parte de empresas o instituciones.
Como hemos dicho antes, la digitalización de textos supone una enorme ventaja para los investigadores, pero también lo supone para el lector general y para el editor.
Supongamos que dentro de algunos años –me temo que muchos- los edificios de nueva construcción deban albergar obligatoriamente una biblioteca, y que lógicamente la comunidad de vecinos dedique un presupuesto a la adquisición de libros. Teniendo en cuenta que las bibliotecas son fundamentales para la promoción de la lectura y todos los actores del proceso del libro están prácticamente de acuerdo con eso, no parece que fuera malo para el libro una proliferación de bibliotecas hasta ese nivel. Sería estupendo. Pues bien, dado que eso parece poco posible, al menos en un futuro cercano, lo que sí tenemos es esa misma posibilidad, no ya en cada comunidad; sino en cada casa. La presencia de textos digitalizados como los de la Biblioteca Virtual Cervantes –por citar un ejemplo que me parece extraordinario- supone el acceso como en una biblioteca a miles de miles de libros desde cualquier parte. Lógicamente se trata de textos no sujetos a derechos de autor, pero en principio si las bibliotecas que sí nos ofrecen en préstamo libros sujetos a derechos de autor, libros que por tanto son de libre y gratuito acceso para cualquiera, no suponen un freno a la comercialización del libro y sí son, como parece evidente, un factor fundamental de promoción de la lectura, ¿por qué el acceso gratuito a textos digitalizados no iba a suponer un efecto similar?
Pensemos por ejemplo en el Quijote. Es un texto antiguo, no tiene derechos de autor, y creo que está digitalizado en todas las formas posibles con acceso gratuito, y sin embargo ¿no ha sido hace poco uno de los libros más vendidos coincidiendo con el IV aniversario de su primera edición? No parece pues que la digitalización del texto impida que el libro físico se venda con la misma normalidad. Pero ¿qué sucede si un texto nuevo, que sale a la venta como libro físico está a la vez digitalizado en Internet y es de libre acceso? La novedad del libro es evidentemente temporal y es corto el espacio de tiempo en el que el libro puede, por eso, obtener unos mejores resultados de venta, por tanto parece que si el libro en ese mismo momento está disponible en formato electrónico y de forma gratuita, las ventas de libros físicos se verían muy mermadas. Y sin embargo tenemos ejemplos de todo lo contrario. Se me viene a la mente el libro del matemático Adrián Paenza, Matemática… ¿estás ahí? que ha sido un éxito de ventas en Argentina y lo está siendo también en España. Pues bien, ese texto, por expreso deseo del autor, está disponible gratuitamente en formato PDF en internet[2].
La digitalización, en mi opinión, no parece suponer una amenaza al libro físico, sino todo lo contrario, puede suponer, como en el caso de las bibliotecas, un importante factor de fomento de la lectura, de generalización de la lectura, en la era digital en las que las bibliotecas también se digitalizan. El acceso a un texto digitalizado permite al lector conocerlo, adentrarse en él lo suficiente como para ver si es o no de su interés y proceder después a comprarlo, o tomarlo prestado de una biblioteca, o leerlo en formato electrónico o imprimirlo, y también regalarlo, pues el libro es un objeto habitual de regalo, y de momento el libro electrónico es difícil de envolver. La digitalización puede ser un elemento de promoción del libro por parte de la editorial que da así a conocer el texto al lector de una forma más completa que una simple sinopsis o una reseña.
Si las bibliotecas hacen lectores –y hacen compradores de libros-, Internet y el libro electrónico o los textos digitales deben y pueden contribuir a hacer lectores si se sabe y se quiere utilizar este medio para ese fin.
El proyecto de biblioteca digital europea es un paso en este sentido. Es fundamental digitalizar todos los textos, incluso debiera existir ya un depósito digital del libro, como existe con el deposito legal de libros editados, que permitiera disponer ya de la digitalización del texto para su difusión inmediata o cuando los derechos de autor o la cesión de los mismos lo permita; lo cual también serviría para evitar que libros de escasa tirada se perdieran para el grueso de los lectores.
El libro electrónico a su vez debe encontrar un reproductor lo suficientemente “amigable” como para poder utilizarse de forma muy similar al libro físico. Lo más probable es que en el futuro se encuentren formulas que permitan la convivencia de ambos soportes y sobre todo que no exista un peligro grave de pérdida de derechos de autor. Pongamos el ejemplo de los videojuegos, evidentemente son contenidos digitales y por tanto fácilmente copiables, sin embargo la industria del videojuego es una de las más importantes en la actualidad en nuestro país por encima incluso de la cinematográfica. Por lo mismo, las consolas portátiles de videojuegos deberían servirnos de ejemplo, pues quizá un reproductor exclusivo para el libro electrónico no acabe de funcionar, pero sí que podía tenderse a integrarse con máquinas portátiles dedicadas precisamente al ocio. Prénsese por ejemplo que aparatos como la Playstation portátil o Nintendo DS, fueran capaces de reproducir libros electrónicos o mejor dicho que se fomentara su uso como lectores electrónicos y se potenciara esa posibilidad en estos pequeños ordenadores.¿no sería una oportunidad única para fomentar la lectura entre los jóvenes? Porque, como hemos comentado, el fetichismo del libro que nos embarga a quienes hemos crecido con él, es probable que no sea tan fuerte para quienes están creciendo con la tecnología.
No sé si soy simplemente optimista o directamente utópico, pero dado que parece que hemos perdido la oportunidad de hacer de la televisión un instrumento de cultura, no debemos perder la oportunidad de hacer de internet y de todos los medios digitales un aliado para difundir la cultura y fomentar la lectura entre las nuevas generaciones de potenciales lectores.
Notas
[1] También hay una sensación de que lo digital es volátil, frente al libro que permanece; cuando también se podría tener precisamente la sensación contraria. Recuerdo que hace años vi a un hombre mayor que viajaba en el metro y que leía una novela de las de Lafuente Estefanía, y que cada vez que terminaba una página la arrancaba y la arrojaba a una bolsa de plástico, supuse que con al intención de tirarlas después. Curiosa forma de no perder nunca el punto de lectura, y curiosa imagen de cómo el libro físico no siempre permanece más allá de la lectura.
[2] Para quien le interese: http://mate.dm.uba.ar/~cepaenza/libro/matemati4.pdf