¿Dónde estás Avellaneda? o la propiedad industrial de las ideas

Dicen que el Quijote es la obra más importante de nuestra lengua, y al margen de todas las razones que se pueden esgrimir en este sentido, hay otros aspectos muy interesantes en esta obra, como es el hecho de que establece un diálogo con otra que nace precisamente a la zaga del primer Quijote; el llamado Quijote de Avellaneda. La calidad de la obra de Avellaneda es sin duda inferior a la de Cervantes, pero el Quijote de Avellaneda es una novela a veces entretenida, llena también de aventuras y de un humor a menudo grueso, con personajes más estereotipados que los de Cervantes, claro está, y con una intención y un resultado muy distinto; pero no es esa la cuestión. La cuestión es que la segunda parte del Quijote parece escribirse teniendo enfrente el Quijote de Avellaneda, hasta el punto de que es muy aconsejable para entender el Quijote cervantino el leerlo como una obra en tres partes, y hacerlo en orden cronológico, es decir, primero la Primera parte de Cervantes, después el Quijote de Avellaneda, y finalmente la Segunda Parte cervantina. Así se percibe claramente que la imbricación de estas tres obras es muy profunda, y hay un diálogo complejo entre ellas, e incluso que si Avellaneda le debe todo a Cervantes, Cervantes no le debe poco a Avellaneda.

Viene todo esto a cuento, porque hoy día este tipo de situaciones no parece posible. Hoy no existiría Avellaneda. La obsesión por la originalidad y sobre todo por la propiedad intelectual extrema, hacen imposible una situación como la que era frecuente en nuestros siglos de oro, cuando un autor (eso sí, generalmente oculto bajo seudónimo) continuaba cualquier obra de éxito por su cuenta y riesgo. Así, no sólo el Quijote, sino el Guzmán de Alfarache, por no hablar del Lazarillo, tuvieron sus continuadores espontáneos que saltaban al papel continuando sus aventuras como ellos consideraban oportuno.

Por supuesto que hoy existen adaptaciones (a menudo hasta la saciedad y más allá) de obras de éxito, pagando al autor, editor, y demás propietarios del copyright, así como secuelas interminables y desde luego existen también clónicos más o menos descarados de obras de éxito más o menos fugaz o de fórmulas aparentemente eficaces (Yo ya no sé cuántos códigos siguieron al de Da Vinci) pero desde luego no tiene nada que ver con lo que sucedía en la época de Cervantes cuando el concepto de originalidad era muy distinto al de ahora y sobre todo porque la propiedad industrial de las ideas no existía (sobre todo porque industria realmente tampoco) .

Hace unos meses se celebraba el juicio de la autora de Harry Potter, J.K. Rowling , contra una pequeña editorial que quiere publicar un libro sobre Harry Potter, con el contenido del sitio web The Harry Potter Lexicon, contra el que, por otra parte, nunca había reclamado. (http://www.elmundo.es/elmundo/2008/04/15/cultura/1208225190.html) Este juicio contra una obra que en el fondo no es más que una recopilación de temas y personajes de la obra de Rowling, a modo de enciclopedia (del Quijote hay unas cuantas) es un ejemplo claro de la imposibilidad hoy día de que existiera algo parecedlo al Quijote de Avellaneda. Cuando personajes de ficción se registran como si fueran marcas, difícilmente Avellaneda podría salir a la calle aunque fuera anónimamente pues -al margen de que en caso de no hacerlo anónimamente, lo lincharían públicamente-, la edición de su obra sería secuestrada por orden de un juez en menos que canta un gallo.

Sin embargo, continuaciones o revisiones de obras clásicas son habituales. Del propio Quijote se habrán hecho miles, de Hamlet, de la Odisea, etc. Pero no es posible hacerlo de una obra con derechos de autor vigentes. Ulises quizá no hubiera sido posible si la Odisea no fuera una obra varios siglos anterior, sino fruto del ingenio de algún contemporáneo de Joyce. El propio Hamlet quizá no se hubiera podido escribir hoy, si la Orestiada se hubiera estrenado un par de años antes; incluso Los intereses creados de Benavente hubiera tenido problemas si Perrault, autor de El gato con botas en el que se inspira, hubiera vivido para conocer la obra de Benavente y haberle recriminado al Nóbel su actitud.

Esto no tiene tanto que ver con la propiedad intelectual en sí, como con su vertiente industrial, lo que antes hemos llamado la propiedad industrial de las ideas, pues en el fondo de lo que se trata es de industria y no de cultura. Es decir el hacer uso del “ius prohibendi” propio de la propiedad industrial y que es en el fondo lo que Rowling esta blandiendo frente a la editorial que quiere editar una compilación enciclopédica de su saga juvenil. Podemos pensar que es legítimo que un autor no quiera que otros hagan otras obras basadas en sus obras, pero si ese planteamiento lo trasplantamos al mundo científico nos encontraríamos que ningún científico podría investigar sobre los descubrimientos de otro, y aunque hoy día tenemos el grave problema de las patentes en los medicamentos, lo cierto es que la ciencia sigue avanzando precisamente porque los descubrimientos se ponen a disposición de la comunidad científica y sobre esa base el resto de científicos sigue avanzando, apoyándose los unos en los otros (evidentemente estoy simplificando en extremo, y el mundo científico tiene sus problemas, pero refiriendonos a la tecnología podemos hablar de la eterna discusión entre códigos propietarios y códigos abiertos con Windows y Linux como buenos referentes respectivamente).

Curiosamente, esa protección a determinadas obras, coincide con obras cuya vigencia se sabe efímera, y a las que por tanto hay que sacarles el máximo dinero posible mientras duren. Seguramente nuestros nietos no leerán Harry Potter, pero sí seguirán leyendo el gato con botas (por cierto, en alguna de sus muchas revisiones); ni nuestros hijos al crecer –espero- leerán el Código da Vinci, pero seguro que al menos algunos se interesarán por Hamlet.

El caso es que recriminaremos al autor que se inspira en una obra de hace un par de años, pero sin embargo aplaudimos a quienes nos “actualizan” a los clásicos, trayéndonos de nuevo a Ulises, de nuevo a don Quijote, de nuevo la Celestina, de nuevo al doctor Jeckyll y a mister Hyde. Hay sin duda oportunismo en quien pretende continuar una obra ajena, sobre todo cuando no aporta realmente nada -que por desgracia, es la mayoría de las veces-; pero en el fondo, a veces una buena idea no da con el escritor adecuado, que años después consigue darle a la idea el traje que necesitaba, y desde luego la imitación da lugar al género, y no hace falta haber leído a Aristóteles para saber que sin «mímesis» no habría arte de ningún tipo.

No digo que esto sea bueno ni malo, solo que hoy día no existiría Avellaneda y por tanto si hoy se escribiera el Quijote, la segunda parte sería muy distinta. ¿Mejor? ¿peor? Nunca lo sabremos. Lo que es cierto es que la existencia de Avellaneda ha dado lugar a una situación literaria extraordinaria y a un perspectivismo dentro del Quijote, en el que el propio personaje conoce la obra que le da vida. Y por supuesto también da lugar a que don Quijote nos dé una lección de cómo entiende la literatura en la época, pues precisamente Cervantes, como antes, durante y después, los pícaros, no hace sino introducir el mundo real en el modelo idealista que era entonces la novela:

“Ya yo tengo noticia de este libro, (…) y en verdad y en mi conciencia que
pensé que ya estaba quemado y hecho polvos por impertinente. Pero su San Martín
se le llegará como a cada puerco; que las historias fingidas tanto tienen de
buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza de ella, y
las verdaderas tanto son mejores cuanto son más verdaderas.”

Evidentemente Harry Potter no es don Quijote, ni Rowling es Cervantes, y eso es lo más triste del asunto, pues como el propio don Quijote dijo a don Álvaro de Tarfe, personaje que, por cierto, Cervantes toma prestado de Avellaneda, como este le había tomado los suyos; “-Yo -dijo don Quijote- no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy el malo”. Que el lector lo juzgue.

En fin, ¿dónde estás Avellaneda?

Ruiz Zafón y los perros

«Ladran, luego cabalgamos», decía don Quijote a Sancho. Y efectivamente es frecuente que cuando alguien tiene éxito le surjan cientos de amigos, pero especialmente miles de enemigos, y sobre todo millones de críticos. Por eso no me ha sorprendido del todo últimamente encontrar una serie de críticas a Ruíz Zafón, alegando que escribe mal, y en definitiva que es un pésimo escritor. Leí hace un mes la de Arcadi Espada, que ha tenido cierto eco, y hace un par de días, a la zaga de aquella crítica, leí otra de un corrector de estilo que aprovechaba para comentar lo mal que hacen las cosas las editoriales y el poco respeto que se tiene al trabajo de corrector, o como se mete prisa y no importa tanto la calidad. Probablemente tenga razón, aunque si le sirve de consuelo en todos los sectores cuecen habas, y no siempre la calidad es el criterio principal. Pero bueno, a lo que vamos.

Es más que probable que Zafón no reciba nunca el premio nobel, aunque en la historia del nobel hay de todo –Creo que ya es un tópico citar a Echegaray, pero vamos, es que es un buen ejemplo-, pero de ahí a decir que es un mal escritor («pésimo» dice Arcadi) porque comete incorrecciones sintácticas o gramáticas (quien esté libre de pecado, incluidos correctores, que tire la primera piedra), o ponerle a parir porque haya algún que otro desliz argumental o anacronismo en su obra, me parece sacar los pies del tiesto, porque de ser así tendríamos que condenar al ostracismo a la mayor parte de nuestra producción editorial . Así el post de Espada hace espcial sangre de los anacolutos de Zafón. Bueno, teniendo en cuenta que el ejemplo clásico de anacoluto que cita Lázaro Carreter es de nada menos que de Teresa de Jesús, quizá no sea tan grave. Que no se haya documentado todo lo bien que algunos quisieran , es otro tema, porque en la ficción es frecuente que se alteren circunstancias históricas para hacer más interesante un relato, por ello se habla de novela y no de historia, pero bueno, eso también sería otra discusión, porque si analizamos novelas históricas (clásicas y encumbradas) puede que nos sorprendamos bastante. Que sea un escritor de novela juvenil, que he leído como crítica en otros foros, como si eso fuera un estigma, tampoco me parece de recibo, primero porque empezamos a minusvalorar géneros, cosa que es tremenda y absurda, y segundo porque en España hay muy buenos escritores de literatura juvenil y son ellos los que deben merecer todo nuestro respeto, más que otros escritores de adultos, porque son los que se empeñan en hacer lectores, y a mí personalmente me provocan admiración. Y ahí tenemos a Jordi Sierra i Fabra, premio nacional de literatura y candidato al nobel de la literatura juvenil, el premio Andersen. Pero bueno, que vuelvo a salirme del tema.

Creo que quienes de alguna forma queremos o intentamos que la lectura se extienda a mayor número de personas, hacemos un flaco favor a este empeño criticando a autores como Zafón que han conseguido algo importantísimo como es unir cierta calidad literaria con un “bestsellerismo” (perdón por la barbaridad) desconocido hasta ahora en España, todo ello con una buena historia bien narrada que consigue atrapar al lector, porque le hace disfrutar con la lectura (algo que no es fácil de conseguir, o al menos yo no me lo encuentro todos los días). Que dicha historia y dicha novela esté basada en fórmulas que se sabe que funcionan, no desmerece en absoluto, pues si precisamente esas formulas funciona y todo el mundo puede usarlas, lo cierto es que no tenemos una Sombra del viento cada quince días, ¿algo habrá de dificultad y de talento en construir una obra que ha funcionado tan bien?. Y sobre todo que el arte, se basa en motivos y fórmulas, o ¿no es así?

Acostumbrados a ver textos de supuestos grandísimos escritores plagados de barbaridades, o simplemente de obviedades, de diálogos insulsos, de descripciones estúpidas, o de argumentos que ¡válgame dios! …, el que se critique a Zafón por decir que las bombillas son de cristal (no sé si en otro autor, esto sería considerado un pleonasmos de gran fuerza expresiva) me parece que es intentar hacer una división entre los escritores buenos y los escritores malos, identificando a los primeros con los que leen los cultos y los otros con los que lee la gente en el metro (otro día hablaré de que se lee más en el metro que en las bibliotecas). Otro craso error desde mi punto de vista, porque precisamente si realmente existieran esas divisiones (que no existen, o al menos no son tan claras) lo mejor es lanzar puentes, y no quemar las naves. Pero como tenemos tendencia a las islas (o a las torres de marfil), en vez de intentar atraer a miles de lectores para que esa isla se convierta en continente, pues criticamos a Zafón por sus anacolutos, sus inconsistencias argumentales (¡dios mío!, no es el lugar para enumerarlas, pero hay una lista de incongruencias del Quijote, y eso sin mencionar al asno guadianesco que dicen que perdieron los impresores) y decimos que es un pésimo escritor.

El que se diga que lo criticable, como dice Espada, no es que Zafón escriba mal (porque claro, eso da igual) sino que los editores son un desastre, es aprovecharse del cauce del Pisuerga, o sea, salirse por peteneras, porque ¡anda que no podemos hablar de libros de autores vivos pero ya clásicos de nuestro país cuyos textos han salido sin una mínima corrección por motivos varios y diversos!, desde que el autor estaba enfermo y nadie se atrevió a tocar una coma sin consultarle, hasta simplemente que en corrección no es todo blanco ni negro y lo que a ti te parece una incorrección enorme a otro le parece un hallazgo lingüístico inconmensurable. O como decía Lázaro (no Carreter, sino el otro) , “lo que uno no come, otro se pierde por ello”. (Por cierto, que este “ello” habrá corrector que lo eliminaría alegando que es un galicismo, pero claro qué se puede esperar de un pícaro)

Lo cierto es que Zafón, ha conseguido algo que para mí es muy importante, y probablemente sin pretenderlo, unir cierta calidad literaria (evidentemente Zafón no es Cervantes, pero tampoco es Dan Brown, no nos engañemos) con unas ventas de libros prácticamente desconocidas hasta ahora. Creo que La sombra del viento es un libro muy recomendado (desde luego yo lo he recomendado mucho, especialmente a gente que lee poco o nada) porque la mayoría de la gente que lo ha leído ha querido compartir el placer de su lectura con otros, y ahí creo yo que está el verdadero éxito de la Sombra del viento, y no en campañas de márquetin, que no las hubo realmente hasta que el libro empezó a cobrar vida por su cuenta. Y en este sentido hay también un principio de márquetin que dice que cuando algo te gusta se lo cuentas a 10 personas, pero cuanto algo te disgusta se lo cuentas a 100. Evidentemente en el caso de Zafón han podido más los muchísimos que lo han recomendado 10 veces, que lo pocos que lo han criticado 100.

Creo sinceramente que libros como la Sombra del viento, hacen más por la lectura que muchos planes de fomento de la lectura institucionales. Ojalá hubiera más “Zafones” que consiguieran que todos los meses tuviéramos un libro como la Sombra del viento (no sé si el Juego del ángel lo es, porque tengo una lista de lecturas pendientes demasiado enorme por el momento, y no le he echado aún el guante), porque si muchos lectores de esta obra luego han buscado las novelas juveniles de Zafón, es que ha conseguido iniciar una cadena de lecturas que es el paso principal para encadenar lectores. Esto sin negar claro está que hay muchísimas obras mejores en este sentido y que por las circunstancias del azar ( osea miles de factores que desconocemos, y otros pocos que sí conocemos) no conseguirán nunca llegar a tantos lectores. Pero esa también es otra historia, que como diría Michael Ende, debe ser contada en otro momento.

En fin, que con mis respeto a Arcadi Espada y a los que han seguido por esa senda, en cuestión de crítica literaria respeto más la opinión de Ángel Basanta que comenta sobre el Juego del ángel:

«En fin, haciendo gracia de estos pequeños fallos, la diversión está garantizada por una novela entretenida y bien contada, impregnada de literatura y llena de guiños cómplices en una historia que nace de los libros, los que lee con pasión y escribe después el narrador y protagonista, y que acaba en los libros, con el narrador retirado a escribir esta novela en una cabaña cerca del mar y anudando su conexión con otro libro, La Sombra del viento, por medio de la condición de Isabella como madre de Daniel Sempere, narrador y protagonista de La sombra, en cuya página primera se leen motivos y frases que coinciden con otros de El juego

Y por cierto, que quienes frecuentan EL Cultural, están acostumbrados a que muchas críticas de Ricardo Senabre terminen con una recopilación de errores gramaticales, sintácticos, etc. y esto en autores de todo tipo, lo cual no siempre desmerece una buena obra (cuando lo es) y como decía, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, pero si tenemos que tirar piedras que no sea contra escritores que consiguen hacer lectores, sino contra los otros, los que hacen que se pierdan lectores por insufribles y peñazos. (Esto último dicho con todo el cariño del mundo).

"Sin Internet, este libro hubiera desaparecido sin rastro. No tuve ninguna reseña en los medios"

Eso dice Sam Savage, autor de Firmin, en una entrevista que publica hoy Publico como ilustración de la importancia de internet en la promoción del libro en un artículo titulado «Durmientes que explotan en la Red. Los foros y blogs relanzan libros que parten sin promoción».

Aunque la mayoría de las editoriales descuidan internet, está claro que poco a poco la influencia se hace notar en todos los sectores, y también en la promoción de los libros o en este caso, más bien, en el boca oreja electrónico, y poco a poco las editoriales irán prestando más atención a la difusión de sus publicaciones en la red.

Por otra parte es curioso, y no es sólo algo habitual en Público sino en la mayoría de la prensa el que una noticia no explique realmente nada, porque después de leer el texto uno sigue sin saber cómo («relanza internet los libros»), quién (¿qué blogs, o qué blogueros destancan en esta tendencia?) ni por qué (¿por qué libros que en teoría pasan sin pena ni gloria, gracias a internet consiguen despertar el interés de muchísimos lectores?), que al menos antes eran algunas de las preguntas a las que uno encontraba respuesta al leer un artículo. Pero supongo que eso no es tan importante hoy día… en fin.

El libro como juego…, el libro que se toca, se huele… se chupa.

Ya en otra ocasión me he declarado fetichista del libro, como creo que lo son la mayoría de los lectores de mi generación y de las anteriores. Pero cada día se habla más de que el libro en papel está condenado a la desaparición. Hace poco una encuesta dictaminaba que la vida del libro tradicional es de 50 años, es decir que nuestros hijos serán la última generación en disfrutar del libro físico, pero no así nuestros nietos que ya se habrán pasado directamente al libro electrónico (en el mejor de lo casos, pues más bien parece que la idea es que se pasen a lo electrónico sin más, es decir; sin el libro).

Me parece un error pensar que el libro electrónico y el libro tradicional son una misma cosa en distinto soporte y que por tanto como lo digital va ganando terreno en todos los ámbitos (en la mayoría de los casos, afortunadamente y para mejorar la vida de todos), pues está claro que el libro electrónico se hará un hueco desalojando al libro físico. Pero no es cierto. El libro electrónico no tienen nada que ver con el libro físico, porque al margen de la lectura en sí misma, que no es poco (pero también se puede leer el teletexto y no por eso han desaparecido los periódicos), su oferta complementaria es distinta. El libro electrónico te puede ofrecer -al margen de las ventajas de espacio, etc., que son evidentes- interactividad, hiperenlace, etc., pero es que el libro físico siempre tendrá atractivos distintos que no tiene el libro electrónico o que los tiene de forma diferente (salvo que en los años venideros el libro electrónico se convierta realmente en un libro físico), y es que el libro se toca, se huele y hasta se chupa (y no: lo del fetichismo del libro, no va por ahí) y es sobre todo un objeto con valor independiente al de la propia lectura. Pero es que incluso obviando este aspecto, lo cierto es que el libro también puede ofrecer interactividad, juego, descubrimientos, y no hablo de la lectura en sí misma (que claro que tiene todo eso y más) , sino del libro como objeto, porque sólo hay que echar un vistazo a cualquier sección de libros infantiles en las librerías para darse cuenta de que si bien lo electrónico ofrece mucho interés para el niño el libro infantil ofrece también lo que éste necesita; es decir: juego, descubrimiento, imaginación y entretenimiento. Y esto se da sobre todo con libros que más allá de la lectura o de la ilustración (otra maravilla del libro infantil), le dejan jugar, investigar, descubrir. Por supuesto que el mundo de lo electrónico cautiva al niño (como al adulto) con sus infinitas posibilidades, pero eso no quiere decir que el papel utilizado con imaginación (que quiza es lo que, por desgracia, a menudo falta) no pueda ofrecer al niño (y al adulto) muchas posibilidades.

Ahora que se acercan los Reyes Magos seguramente traerán muchas consolas en sus camellos pero estoy completamente seguro de que al menos uno de los tres reyes seguirá trayendo libros a los niños, porque éstos también necesitan aprender a disfrutar con los libros en papel que, insisto, siguen siendo otra cosa distinta (ni mejor ni peor) que el libro electrónico. Y desde luego, creo que es fundamental que los niños sigan acercándose al libro. Otra encuesta reciente nos indica que la tasa de lectura es mayor precisamente en el grupo de menor edad. Así que no creo que esté tan claro que al libro le queden sólo 50 años de vida.

Los otros Pilares y los otros lectores



Ahora que Ken Follett ha publicado la segunda parte de Los pilares de la tierra, me acuerdo una vez más del libro que siempre me viene a la cabeza cuando oigo hablar de aquél: Los siete pilares de la sabiduría de Lawrence de Arabia. Se cuenta de este libro, tan amplio como el de Ken Follett, que Lawrence lo perdió en una cabina telefónica cuando ya lo tenía terminado y que tuvo que reescribirlo de nuevo. Hoy eso es difícil que suceda… que alguien pierda algo en una cabina de teléfonos. Lo cierto es que el libro de Lawrence nunca ha sido un best-seller y de hecho es difícil de encontrar, aunque en los últimos años han salido algunas ediciones y muy asequible por ejemplo la de Zeta Bolsillo por sólo 10 €.

Pero bueno, en realidad de lo que quería hablar es de la aparición de Un mundo sin fin la segunda parte de Los pilares de la tierra.

Un responsable de la editorial o de la promoción o no sé bien de qué(pues en la versión digital de la noticia no se indica) de Un mundo sin fin, comentaba que «esto no es alta literatura», lo cual seguramente sea cierto, pero no puedo corroborarlo entre otras cosas porque ni he leído esta obra ni ninguna otra de Ken Follett. Pero lo que me llama la atención es que comenta que los lectores de este libro «no son personas muy lectoras. Leen 5 ó 6 libros al año.» Y digo que me sorprende porque el libro de Ken Follett tienen 1100 páginas, lo cual equivale al menos a 5 novelas normales, por tanto si los lectores de este libro leen 5 ó 6 como éste, más o menos están leyendo la friolera de 25 ó 30 libros al año. ¿No son personas muy lectoras? Yo creo que sí.

Hay un menosprecio al lector de best-seller incluso por quienes editan este tipo de libros, y eso es un gran error. Primero porque los lectores de best-seller son muchos, segundo porque leen mucho, y tercero porque si leen best-seller «malos» es porque se les ofrecen best-seller «malos» en vez de best-seller «buenos». Los lectores de Ken Follett probablemente también han leído la Sombra del Viento que es un best-seller de cierta calidad, por tanto no es que estos lectores sean tontos o no sean capaces de leer obras de más calidad sino que los escritores y editores no se molestan en ofrecerles calidad, es más, incluso parece que los desprecian como lectores.

Hay quien piensa que es mejor no leer nada que leer determinadas cosas, yo creo que leer es bueno y que son legión los lectores que en el metro devoran lecturas quizá no de gran calidad (o que no son «alta literatura» como comentaba este desconocido en la noticia, sea lo que sea tal cosa…; la «alta literatura») pero que disfrutan con la lectura y que como decía, cuando se les ofrece una obra de más calidad la leen igualmente, por tanto no debemos menospreciar al lector de best-seller sino respetarlo y ofrecerle la calidad que como lector se merece. La calidad la pone el autor y el editor, el lector sólo puede elegir entre lo que hay. Creo que hay obras de entretenimiento que reúnen los requisitos que un lector habitual de best-seller quiere encontrar en un libro y sin embargo están bien escritas y bien editadas, con un criterio de satisfacción al lector. ¿A caso no consideramos ahora los folletines del XIX como alta literatura? Pues eso, que el best-seller no tiene que ser necesariamente malo, pero lo será sin duda siempre que se menosprecie al lector o se le considere tonto.

En fin, que feliz 2008 lleno de buenas lecturas.

Vázquez-Figueroa y su novela "gratis"

Vázquez-Figueroa va a permitir descargar gratis su próxima novela a través de internet, una práctica cada vez más habitual pues al contrario de lo que muchos piensan las descargas gratuitas de libros son un arma más de promoción del libro y contribuye a crear lectores. Pero creo que muchas de las cosas que dice Vázquez-Figueroa en su carta (que es un auténtico manifesto) son importantes y tiene gran interés que vengan de un autor de «best-seller» y no de un autor «normal» en cuanto a ventas, y están teniendo mucho eco que es lo importante. Pegamos la carta completa que podríamos firmar asumiendo la casi totalidad de lo que dice (y eso que nosotros somos también editores, aunque no somos siqueira una editorial pequeña sino microscópica):

A partir de ahora mis novelas se editarán simultáneamente en edición “cara”, de
las llamadas “de tapa dura”, en edición de bolsillo a mitad de precio, podrán
descargarse gratuitamente en “Internet” y todos los periódicos o revistas que lo
deseen están autorizados a publicarlas al estilo de las antiguas novelas por
entregas con la diferencia que en este caso no tendrán obligación de pagarme
nada en concepto de derechos de autor.

Me han preguntado si es que me he vuelto loco, me sobra el dinero o pretendo arruinarme y arruinar de paso a mi editor. No es el caso.

He meditado largamente sobre el tema y he llegado a la conclusión de que hoy en día hay público para todos los niveles adquisitivos del mismo modo que quien lo desea puede almorzar en un restaurante de lujo, en una simple hamburguesería e incluso acudir a un comedor social.

También puede hacerse un traje a medida, comprárselo en unos
grandes almacenes o en un rastrillo dominguero.

Igual ocurre en la mayor parte de las facetas del consumo, excepto en lo que se refiere a los lectores que tienen que resignarse a pagar el precio que marca el editor que ha adquirido los derechos en exclusiva de un determinado libro o aguardar años hasta que se edite en bolsillo.

Y desde luego nunca lo obtendrá gratis.

Y se me antoja injusto porque la cultura es tan importante como comer o vestirse, y
desde luego mucho más importante que adquirir un coche donde se ofrecen cien
gamas de precios donde elegir.

Mi próxima novela trata sobre Irak y las oscuras maquinaciones de las grandes compañías americanas que inventaron la existencia de armas de destrucción masiva con el fin de iniciar una guerra que ha costado casi medio millón de muertos y nunca podrá ganarse, pero que produce miles de millones de beneficios a empresas directamente ligadas a lo mas altos cargos de la administración republicana.

Y a mis lectores, cualquiera que sea su condición social o capacidad adquisitiva, ese tema les interesa conocerlo a fondo en estos momentos, no dentro de dos años, que sería cuando cualquier otra editorial considerase que ya había exprimido al máximo el limón de la “tapa dura” y tuviera a bien editarla en bolsillo para unos lectores “De Segunda Categoría”.

No deben existir lectores de segunda ni de tercera categoría, porque lo que importa es su relación directa con el autor independientemente de lo lujoso que sea el vehículo que proporcione dicha relación.

Al cumplir cincuenta años como escritor muchas personas me han asegurado que se
acostumbraron a leer con mis novelas de aventuras, y aunque algunas me han sido
infieles con el paso del tiempo, lo que importa es el hecho de que empezaron a
leer y aficionaron de igual modos a quienes les rodeaban.

Folletines del estilo de “Los tres mosqueteros”, “Los Miserables” o “El Conde de Montecristo” consiguieron que, al poder acceder gratuitamente a tan magníficos textos, en el transcurso de una sola generación el número de lectores franceses se
multiplicara por tres.

Los editores no tienen derecho a quejarse de que “se lee poco” mientras mantienen el control sobre el precio de lo que en ese momento interesa, ni las autoridades deberían promover absurdas campañas publicitarias que no conducen mas que a gastar dinero; lo que deben hacer es presionar a los editores a la hora de poner los libros al alcance de todos los bolsillos.

Personalmente prefiero que me lean dos estudiantes, obreros o
secretarias en el autobús por siete euros, que un alto ejecutivo en su cómodo
despacho por veinte, porque aunque gane menos si el libro es bueno esos dos
lectores se convertían en cuatro y luego en ocho, y resulta evidente que existen
muchos mas obreros, estudiantes y secretarias que altos ejecutivos.

Y si el libro es malo ni unos ni otros lo compraran.

En cuanto al hecho de ofrecerlo gratuitamente en “Internet” tengo claro que quien lo descargue de la red nunca hubiera comprado mi novela, o sea que prefiero que me lea gratis a que no me lea.

Tal vez la próxima vez se decida a comprar un libro aunque no sea mío.

Algo es cierto: he vendido casi veinticinco millones de libros y todo el dinero que me han pagado me lo he gastado, pero una gran parte de los lectores que he conseguido, aun los conservo.

Y de todo el dinero que gané la mitad se lo llevo Hacienda.

Sin embargo Hacienda aun no ha logrado arrebatarme un solo lector.

En Inglaterra, país culto donde los haya, los escritores no pagan impuestos por el fruto de su trabajo, pero en España, pese a pertenecer también a la Unión Europea, cada año debo entregar la mitad de mis ingresos a Hacienda o me embargan.

Eso significa que un escritor ingles cuenta con el doble de medios económicos que yo para viajar o investigar a la hora de encarar un nuevo trabajo.

Eso no evita que las autoridades españolas se lamenten de que nos esté invadiendo la cultura anglosajona, y lo único que se les ocurre para remediarlo es adquirir los más
emblemáticos y costosos edificios de cada capital con el fin de instalar un
nuevo Instituto Cervantes en el que dar cobijo a “intelectuales” afines al
partido que se encuentre en esos momentos en el poder.

Para nuestra voraz, inculta y derrochadora administración tan solo somos europeos cuando conviene, y esa es una de las razones por la que prefiero regalarle la mitad de mis ganancias a unos lectores anónimos que tal vez me lo agradezcan, que a un
gobierno que no solo no lo agradece, sino que no acepta que para escribir un una
novela interesante sea necesario viajar e investigar, e incluso amenaza con
quedarse con mi casa.

Siento curiosidad por saber si las editoriales continuaran con su absurda política inmovilista o comprenderán que es hora de renovar unos hábitos que no han evolucionado un ápice en trescientos años mientras que a su alrededor el mundo se transforma a marchas forzadas.

En mi juventud una película se estrenaba en una única y enorme sala, estaba casi un
año en cartel y tan solo entonces pasaba a los cines de barrio. Hoy se estrena
en cuarenta multisalas, a los quince días se edita en “DVD”, al mes se compra en
televisión, y se puede ver en las cadenas abiertas a los tres meses.

Si las grandes productoras cinematográficas, con sus complejos estudios de
“marketing” han llegado al convencimiento de que esa es la formula que conviene
en los tiempos que corren, las editoriales deberían tomar buena nota al
respecto.

El mundo del libro tiene la enorme suerte de que no resulta
rentable a los “piratas” del “Top-Manta” que tanto daño hace a las industrias
del cine y la música, pero por eso mismo, y por la gran competencia de la
televisión y todo tipo de deportes de masas, los que lo gestionan deberían
plantearse un cambio radical e intentar conseguir lectores antes que
beneficios.

Sin lectores no hay beneficios, y cuando haya muchos lectores
ya llegaran los beneficios.

Resultará muy interesante comprobar si los Ministerio de Cultura y Hacienda seguirán opinando que es preferible que los empresarios- en este caso los editores- continúen manteniendo el privilegio de abaratar los precios únicamente cuando les convenga sin tener en cuenta los intereses de los lectores, al tiempo que no cesan de apretarle las clavijas al pobre trabajador- en este caso el autor.

Por lo visto un gobierno que se autodenomina socialista considera que es preferible
proteger al que se beneficia económicamente de la cultura que al que la crea. Existen varias editoriales multimillonarias, pero ni un solo autor español mínimamente
“acomodado”.

El viejo dicho, “En España escribir es llorar” ya no tiene sentido: debería decirse “En España escribir- y leer- es pagar”.

Aunque lo cierto es que a la hora de pagar la mitad de lo que se gana a una Hacienda
que no da nada a cambio, entran ganas de llorar.

A.V-F

La novela podrá descargarse en www.por1000millones.com a partir del 25 de Julio