¿Y si para salvar al libro tuviéramos que acabar con las librerías?

Si no te dedicas directamente a la edición o venta de libros, probablemente no sepas que en torno al 50 % del precio que pagas por un libro es para que el libro esté allí cuando vas a comprarlo a la librería. Por supuesto que es cierto que los libreros ofrecen un valor añadido, como es la selección de libros, la recomendación, consejos, etc. —aunque son valores que también podríamos encontrar fuera de las librerías—, pero en realidad, aunque nos cueste reconocerlo, ese 50 % lo pagamos básicamente por que el libro esté en la librería cuando vamos a por él, incluso cuando ni siquiera sabemos que lo estamos buscando.

Esto no es nada raro, también sucede en otros sectores. Por ejemplo, en el sector de la alimentación —que tiene mucho en común con el sector editorial— estamos acostumbrados a escuchar a productores de leche u horticultores quejarse de que el precio de la leche o de los tomates se multiplica escandalosamente cuando llega al lineal del supermercado. Al final, lo que más cuesta de la mayoría de los productos no es fabricarlos, sino venderlos, es decir, como clientes pagamos gran parte del precio precisamente para que nos los vendan.

Pero es lógico. Cuesta dinero transportar los tomates al supermercado y cuesta dinero también mantener la infraestructura y empleados del supermercado y, por tanto, es lógico que paguemos por ellos, puesto que no podemos ir cada mañana a comprar leche o tomates directamente al productor. Pero este sistema tiene también otros efectos colaterales. Por ejemplo, en el caso de los tomates se produce una estandarización de los tomates que compramos. ¿No te has preguntado por qué cuando compras tomates todos son perfectamente redondos y tienen todos un tamaño similar? Para poder llegar al supermercado, ciertos alimentos sufren una selección de acuerdo a los requisitos planteados por el vendedor, disfrazados de control de calidad. Otro efecto colateral es que los supermercados deben tener sus lineales llenos para que encontremos lo que buscamos, incluso sabiendo que al final del día no se habrán vendido todos los tomates y en muchos casos habrá que tirarlos. La cantidad de alimentos que tiran los supermercados es un problema global y grave al que ya hace tiempo se intenta poner remedio, pero lo cierto es que precisamente para tener una oferta amplia para el consumidor, el supermercado acepta que debe tirar muchos alimentos que no se venden y cuyo coste ya tiene asumido —es decir, también pagamos nosotros como consumidores—. Si el supermercado solo tuviera la cantidad de producto que sabe que va a vender, correría el riesgo de que algunos clientes no encontraran el producto, y es más rentable tirar tres tomates que dejar de vender uno solo, y por otra parte todos conocemos el efecto papel higiénico que producen los lineales vacíos y que por desgracia hemos vivido muy recientemente.

Pero todo esto que sucede con la alimentación y que es más o menos sabido, parece no querer verse en el caso de los libros, cuya distribución y venta es muy similar (no en vano algunos definen los libros precisamente como «alimento para el alma»). Por un lado, los libreros necesitan vender libros y por ello a menudo deben apostar por libros estandarizados, es decir, por los que saben que se venden. Aunque también dispongan de otro tipo de libros, muchas librerías se ven obligadas a ocupar cada vez más espacio —y el espacio, en el caso del libro es una variable fundamental— con libros tan estandarizados como los tomates del lineal del supermercado. Se ven también obligados a asumir muchos libros que quizá no querrían tener, pero que, por el sistema de distribución de algunos grupos están obligados como poco a recibir (con lo que de ocupación de espacio y tiempo supone en cualquier caso) si desean mantener el flujo constante de otros libros del grupo.

Y por una razón similar a las del supermercado, el librero debe tener ejemplares de determinados libros en cantidades importantes. Si multiplicamos por el número de librerías que hay en España nos encontramos con que los editores necesitan «fabricar» muchos ejemplares de cada título para que puedan estar directamente en las librerías en el corto periodo de tiempo en el que dura la corta vida de un libro. Es decir, el editor siempre hará una tirada muy superior a la cantidad que sabe o espera vender de ese título, asumiendo que tarde o temprano muchos de esos ejemplares le serán devueltos y, en muchos casos —porque almacenar libros es muy caro, sobre todo cuando sabes que ya no los vas a vender—, serán destruidos de forma similar a como el supermercado al final del día arroja a la basura kilos de alimentos caducados. El libro, como los yogures, tiene fecha de caducidad o, mejor dicho, fecha de consumo preferente.

Por tanto, la venta de libros en librerías tiene unos efectos colaterales que no son desdeñables. Por un lado el precio que, como hemos dicho, es en torno a un 50 % más, porque el canal de venta —distribuidor y librerías— se reparte entre el 40 y el 60 % del precio final del libro. Por otro lado, la estandarización del producto. Dado que hay libros nuevos cada semana y el espacio es limitado, hay muchos libros que el librero solo va a tener una o dos semanas por lo que es normal que opte por exhibir y promocionar aquellos cuya venta es más segura que otras y por tanto acabe sucumbiendo a modas o a factores no expresamente literarios para colocar sus libros en las mesas de novedades o escaparates, lo cual significa que no hay sitio para colocar otro tipo de libros quizá mejores, más interesantes o rompedores que quedan relegados en la librería. Por último, precisamente porque el lector, como cualquier otro comprador, casi siempre compra lo que ve —es difícil comprar lo que no se ve— es necesario tener ejemplares de los libros en muchas librerías, lo que lleva a producir una cantidad de ejemplares muy superior a la que realmente se va a vender —todo editor conoce al dedillo ese coeficiente— lo que implica que muchos de esos ejemplares acabarán en la guillotina porque su fecha de consumo preferente ha concluido y almacenar esos libros tiene un coste alto —y también donarlos, no nos engañemos—.

Pero ese es el sistema de venta de libros en España y funciona desde hace años. ¿Cuál es el problema? El problema es que cuando el sector del libro va mal —¡y cuándo no va mal!— a menudo el mantra que se repite es que hay que proteger las librerías. Hay que comprar en librerías —a ser posible de barrio—, hay que ayudar a las librerías. Editores y autores insisten en redes sociales en la importancia de las librerías y en que si no compramos en ellas corremos el riesgo de que desaparezcan los libros.

A ver, no quiero que se me malinterprete; como todo lector yo adoro las librerías. Paso horas en ellas y no quiero que desaparezcan, todo lo contrario, pero todos sabemos que el sistema de distribución de los libros en España —la famosa «venta en firme con derecho a devolución»— es una burbuja, un castillo de naipes que se mantiene precisamente porque nadie se atreve a poner o quitar ninguna carta. Los editores siguen estando obligados a editar un número mínimo de títulos al año (para poder sustituir el título devuelto por un nuevo título sin tener que reembolsar el dinero que previamente el librero ya pagó por él en su día), lo que explica buena parte de los más de 80 000 títulos publicados cada año (y esta cifra no incluye a muchos autoeditados, que cada vez son más), con un número proporcional de ejemplares muy superior a las esperanzas de venta. Por su parte, el librero está obligado a exponer determinados títulos —el servicio de novedades— durante un tiempo cada vez más corto y devolverlos después rápidamente, con la esperanza —como la del propio editor— de que suene la flauta por casualidad, apostando a muchos títulos muy poco tiempo. Y, por su parte, el lector está obligado a ver los mismos tipos de libros en librerías y a pagar por ello un precio multiplicado por dos precisamente para que todo este sistema se mantenga en pie.

Y este sistema podría seguir funcionando. O no. El problema es que cuando el sector entra en una nueva crisis siempre encuentra un enemigo al que echar la culpa, como puede ser en su día la piratería, más tarde fugazmente el libro electrónico y últimamente Amazon, y siempre la respuesta es defender el canal de venta (lo cual tampoco debería sorprendernos si precisamente  representa más del 50 % de la facturación).

Pero quizá el problema no sea Amazon —no lo era antes de 2011 y el libro también estaba en crisis—, que parece haberse convertido en el enemigo número uno de las librerías, sino Amazon Prime Video —y Netflix, HBO, Movistar, etc.—, los youtubers, las redes sociales, WhatsApp… El libro como fuente de conocimiento y de entretenimiento está perdiendo terreno frente a nuevos sistemas a los que las nuevas generaciones son más propicias por la sencilla razón de que para ellos no son algo nuevo, como lo son para generaciones anteriores que hemos crecido recurriendo a los libros para encontrar conocimiento y diversión.

Por tanto, quizá simplemente tenemos que empezar a pensar que proteger las librerías no va a salvar al libro, pero sí podría salvarlo repensar de una vez el sistema de distribución del libro, o dicho de otra forma, pinchar la burbuja, mover alguna carta del castillo de naipes.

No, yo no quiero acabar con las librerías, pero creo que deberíamos plantearnos si lo que queremos es salvar al libro o seguir haciendo equilibrismo con su modelo de venta. 

¿En qué se parece una tilde a una rotonda?

Las normas cambian y es importante conocer las novedades para adaptar nuestros textos a la normativa actual. Aunque podamos creernos románticos por mantener determinadas formas que aprendimos siendo niños (en el mejor de los casos) o nos pueda parecer de poca importancia no respetar ciertas normas, lo cierto es que si no se hubieran ido produciendo cambios en la escritura, hoy seguiríamos escribiendo como en los años 50 del pasado siglo, pero también hazer o cauallero  como en el siglo XVI. Precisamente el que se vayan actualizando determinadas normas es lo que hace que a simple vista nuestros textos no parezcan arcaicos, porque, en realidad, la lectura de un texto del siglo de oro español no nos resulta difícil de entender (salvo cierto léxico, lógicamente,pero también ese problema lo tenemos frente a un artículo técnico, aunque sea del mes pasado) cuando se ha adaptado el texto a la ortografía y normativa moderna. Sin embargo para un lector no acostumbrado resultaría muy difícil entender a Cervantes en una edición del Quijote de 1605, simplemente porque escribe con normas antiguas; de hecho seguramente empezaríamos por dudar cómo pronunciar «don Quixote» y tampoco encontraríamos la tilde en solo o en los demostrativos, entre otras razones porque no encontraríamos prácticamente ninguna tilde.

Por eso, si no queremos que nuestros textos parezcan de otra época, debemos adaptar las normas que se van revisando porque estas se basan en criterios lingüísticos y no son caprichosas, aunque puedan parecerlo a los profanos en esta materia, por muy hablantes nativos de la lengua que sean.

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En realidad la ortografía tiene mucho que ver con el código de circulación. Por ejemplo con la forma estipulada para circular por las rotondas. Los que conducen saben que las rotondas son complicadas de por sí, pero cuando se «inventaron», la forma de circular en ellas era distinta a la actual. Al entrar en una rotonda se tenía la preferencia y los vehículos que ya circulaban por su interior tenían que ceder el paso a los que querían entrar. Esta norma provocaba múltiples problemas —como la famosa tilde en «solo», fruto de una norma que apenas duró unos pocos años a mediados del siglo pasado antes de ser rectificada, pero que dejó un truco nemotécnico tan bueno que muchos se niegan a olvidar— y se decidió cambiarla, por eso es frecuente aún ver en las entradas de las rotondas un cartel que avisa «Usted no tiene la preferencia». En su día, la DGT envío cartas a todos los domicilios explicando este cambio (y otros) —cosa que no hace la RAE, y debería, por cierto—. ¿Os imagináis el caos que supondría si los conductores decidieran que, dado que cuando aprobaron el carné tenían preferencia en las rotondas, van a seguir circulando así? Sería un caos, sí, pero si lo conductores no lo hacen es sobre todo porque no quiere sufrir un accidente ni recibir una multa.

Pero también en este caso la norma es cosa de dos, si tú quieres tener la preferencia está muy bien, pero si el otro no te la da lo más probable es que choquéis. Y nadie quiere eso, claro. Pero en los textos tampoco deberíamos chocar, porque la finalidad de un texto es comunicar con otro, y otro solo nos va a entender si utilizamos las mismas normas. Puede parecer que poner una tilde donde no corresponde o una coma donde queramos no es muy importante, pero lo es; quizá no tanto como saltarse un ceda el paso y chocar con otro coche, pero sí lo suficiente para dar una imagen de nuestro texto descuidada y que además de comunicar (probablemente mal) nuestro mensaje a nuestro lector, le estemos transmitiendo adicionalmente también algo (malo) de nosotros mismos. Y esto en un artículo académico, por ejemplo, no es algo sin importancia.

Pero en los textos tampoco deberíamos chocar, porque la finalidad de un texto es comunicar con otro, y otro solo nos va a entender si utilizamos las mismas normas.

Por eso, debemos conocer la norma para escribir nuestros textos de la forma correcta y dar siempre la impresión a nuestros lectores de que no solo sabemos de la materia que tratamos, sino también de la forma correcta de presentarla.

De normas ortográficas y gramaticales, de la correcta presentación del texto, de herramientas y recursos para escribirlo mejor y más rápido hablaremos en el «Taller de escritura digital: cómo mejorar tu investigación y escribirla en menos tiempo» que impartiré junto a Luis Pablo Núñez en los cursos de verano de Santander (Universidad Internacional Menéndez Pelayo) del 10 al 14 de agosto y que este año 2020 serán en línea en vez de presenciales.

Nunca olvido una cara… ni una cubierta

Bueno, en realidad, como Groucho Marx con algunas tengo que hacer excepciones, pero normalmente recuerdo bien las caras de la gente, no solo de personas con las que he tenido trato sino a veces de gente con la que simplemente me he cruzado. Lo cual es un problema porque a veces creo que alguien puede ser un amigo de toda la vida y resulta que es alguien en quien me fijé en el metro hace un par de días.
El caso es que recordar caras también lleva a reconocerlas, claro, y a encontrar parecidos. Siempre que digo que tal persona se «da un aire» a tal otra hay quien me dice «Ah, pues es verdad» y otros que me dicen «Pero qué me estás contando». Eso es porque el grado de reconocimiento de rasgos es muy diferente de unas personas a otras y cuando se trata del «aire» no siempre es fácil estar de acuerdo con la gente que se queda solo con los rasgos y no con el conjunto, es decir, precisamente con el aire.
Pero viene todo a esto porque últimamente me martiriza el encontrar en cubiertas de libro ilustraciones que se parecen mucho a personas reales que nada tienen que ver con el libro.
Quizá sea una obsesión mía y es casualidad que la ilustración de una cubierta se «me» parezca tanto a una famosa actriz, pero también puede ser que se trate de una tendencia de marketing que considera que resultarán más atractivos los libros si en las cubiertas está el rostro de alguien que se da un «aire» a un conocido.
Juzgad por ejemplo con estas dos que pertenecen a dos grupos editoriales distintos:
la_mejor_madre_del_mundo
Nuria Labari, La mejor madre del mundo, Literatura Random Hause. ¿No se da un aire a Cobie Smulders?
un_mar_violeta_oscuro
Ayanta Barilli, Un mar violeta oscuro, Planeta. ¿No se da un aire a Michelle Jenner?
Claro que a veces es simple casualidad, porque hay gente que se parece, como en el caso de esta cubierta ilustrada con una caricatura de su autor (al que no conozco) y en la que sin embargo yo veo claramente un primo mío:
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¿Conocéis otros casos de cubiertas de libros en las que parece reconocerse a algún famoso?

¿De verdad tercera edición?

Una forma de valorar el éxito de un libro es ver cuántos ejemplares se han vendido. Como esto no se dice casi nunca (de ahí que la mayoría de los profanos crean que los libros se venden por millares cuando si se venden por centenares ya es para estar contento), es frecuente que un autor o la propia editorial alardee cuando se hace una segunda edición (y sucesivas) de un libro, pero en realidad hablar de segunda edición es casi siempre un error (no siempre malintencionado, si podemos achacarlo a ignorancia), pues de lo que realmente se trata en la mayoría de los casos es de una reimpresión. Por eso cuando en redes sociales veo que alguien habla de segunda, tercera o sucesivas ediciones suelo preguntarle si no se está refiriendo a una reimpresión. Lo curioso es que nunca me contestan.

 

La diferencia es muy importante, cuando hablamos de una nueva edición es porque se han producido cambios sustanciales en el libro, hasta el punto de que en ese caso el libro debe tener un nuevo ISBN. La razón es obvia, se trata de un libro diferente, y el lector debe saberlo. Cuando sencillamente se ha agotado la tirada inicial y es necesario reimprimir ejemplares,  debemos hablar de una reimpresión. Una nueva edición siempre será sinónimo de un libro diferente, aunque sea el mismo como nosotros, los de entonces– , porque incorpora cambios con respecto a la primera edición. Es evidente que el término «edición» hace referencia a un proceso en el que participan diversos profesionales (editores, correctores, etc.) que nada tiene que ver con la impresión, por eso si hablamos de reedición es porque hemos vuelto a realizar parte de ese proceso.

En el caso del libro de Daniel Bernabé (al que pido disculpas por haberle tomado como ejemplo, simplemente por ser el último caso que he visto en Twitter de este uso) la tercera «edición» sin duda es una buena noticia para él y para la editorial (y para los libreros), y es un buen indicador de que el libro se ha vendido bien (otra cosa es saber cuánto, porque las tiradas se han reducido mucho en los últimos años, y más con la impresión digital), pero esa misma alegría se manifestaría igualmente indicando que es una reimpresión, porque el libro no se ha revisado, actualizado ni, por tanto, tiene cambios sustanciales. La prueba de que es así es que no existe un nuevo ISBN para ese libro, pues si consultamos la base de datos de ISBN vemos que para ese título solo hay dos ISBN, uno para la versión en papel y otro para la versión digital en ePub (dado que cada formato diferente de un libro debe tener su propio ISBN, precisamente por lo mismo, para que el lector sepa que se trata de libros distintos, aunque tengan el mismo título y sean obra del mismo autor).

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En definitiva, que editoriales y autores sigan hablando de nuevas ediciones cuando en realidad simplemente reimprimen ejemplares porque se ha agotado la tirada inicial es una práctica que deberíamos evitar, ya que induce a confusión y provoca que un concepto fundamental como es el de edición se diluya para los lectores, pues precisamente estos, por desconocer el proceso editorial –cosa que ni editores ni autores deberían hacer– al final acaban asociando que una nueva edición es precisamente una nueva reimpresión, es decir, que precisamente porque ignoran el concepto, para ellos sí que realmente queda claro que se trata de una reimpresión cuando autores y editores se empeñan en hablar de nueva edición.

Nuevo curso de creación de ebook (epub3) en los cursos de verano de Santander

Fotos de grupo de los cursos de 2014 a 2017

Fotos de grupo de los cursos de 2014 a 2017

Tras cuatro años seguidos impartiendo el taller de creación de ebook en los cursos de verano de Santander, en 2018 renovamos el curso para dar un paso más y aprender la creación de libros interactivos en formato ePub3 en los que podemos añadir contenido multimedia, animaciones e interactividad. Para ello crearemos paso a paso un libro de estas características, ya que será un taller práctico.

TALLER DE CREACIÓN DE LIBROS ELECTRÓNICOS INTERACTIVOS EN FORMATO EPUB3

El curso se celebrará los días 20 a 24 de agosto en el Campus de las Llamas dentro de los cursos de verano de Santander.

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Durante el curso aprenderemos a hacer libros de maquetación fija (fixed layout) así como a incorporar vídeo y audio. Practicaremos la creación de efectos visuales y animaciones con CSS3 y aprenderemos también a manejarnos con la interactividad mediante sencillas funciones en javascript así como a utilizar librerías ya creadas para dotar a nuestros libros de efectos muy interesantes. También dedicaremos uno de los cinco días a aprender a trabajar con las posibilidades que nos ofrece el programa Adobe inDesign para la creación de libros interactivos en formato ePub3. El curso contará también con una introducción teórica sobre el libro electrónico en general y la creación literaria digital en particular a cargo de Luis Pablo Núñez, de la Universidad de Granada.

El programa completo, así como el horario y la ficha de inscripción (que se abrirá durante el mes de abril) está en la página de la UIMP. También en esta página se podrán solicitar las becas que concede la universidad y que van desde la matricula al alojamiento y la manutención durante los cinco días que dura el curso.

Aunque el curso es intenso e intensivo, queda también tiempo para disfrutar de la ciudad de Santander y de las actividades culturales y de ocio que ofrece durante el mes de agosto, por lo que estos cursos son un plan estupendo (¡también para los profesores!)

Y para los que prefieran los cursos online o en Madrid, el curso de creación de ebook y el de creación de ebook avanzado tienen también convocatorias abiertas.

Taller de creación de ebook en La Casa del Lector (Matadero de Madrid)

El próximo mes de noviembre imparto un taller de 12 horas en la Casa del Lector. Será los martes y jueves por la tarde las semanas del 10 al 19 de noviembre. El taller está pensado sobre todo para autores que quieren aprender a maquetar su texto en soporte ebook para su distribución a través de plataformas como Amazon, iTunes o Google Play, pero el curso es una buena iniciación a la maquetación digital, al etiquetado de contenido y la creación de estilos para dar formato así como a las características del formato ePub, creación de metadatos, tabla de contenido, validación, etc. El entorno de El Matadero de Madrid no puede ser más atractivo, las instalaciones de Casa del Lector son estupendas y el precio es de 150 €.

Taller de creación de ebook en la Casa del Lector. Madrid. 10 a 19 de noviembre.

Taller de creación de ebook en la Casa del Lector. Madrid. 10 a 19 de noviembre.

En esta página podéis encontrar el programa completo y las instrucciones para inscribirse en el curso.

Cursos de creación de ebook este verano en La Coruña y Santander

Este verano, además de los cursos que habitualmente imparto en Madrid en Cálamo y Cran, daré sendos cursos de creación de ebook en La Coruña y Santander.
El primero será del 6 al 10 de julio en la Facultad de Filología de la Universidad de la Coruña, en el campus de Zapateira. Organizado por SIELAE, Hispania (Grupo de investigación) y el Departamento de FIlología, el curso se ha dividido en dos módulos complementarios. En el primero abordaremos los aspectos fundamentales de la edición digital y aprenderemos a realizar directamente un libro electrónico en formato ePub 2. El segundo modulo está orientada a la creación igualmente de libros electrónicos en formato ePub con el programa Adobe InDesign.
Podéis encontrar toda la información en la web de SIELAE y en el PDF con el folleto del curso.
El curso en Santander será, como el año pasado, dentro de los Cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP). Este curso lo imparto con la colaboración de Luis Pablo Nuñez, e igualmente está planteado en forma de taller práctico en el que aprender a realizar libros electrónicos, validarlos y publicarlos, así como conocer los aspectos teóricos relacionados con la edición y distribución digital.
El año pasado fue la primera convocatoria  y el resultado fue muy positivo tanto para los profesores como los alumnos . Por otra parte,  además de, por supuesto, el aprendizaje; merece destacarse que Santander es una ciudad preciosa y tiene tal actividad cultural diaria que uno necesitaría dividirse para poder asistir a todo lo interesante por lo que estos cursos en Santander son también una oportunidad para disfrutar de la ciudad y sus actividades y de una semana de convivencia con el resto de alumnos y profesores.
Para este curso, además, existe la posibilidad de diferentes becas, tanto para la matrícula en sí, como para el alojamiento y la manutención.
El curso se celebrará del 17 al 21 de agosto y en la web de los cursos de verano podéis encontrar toda la información así como el acceso a la matriculación y solicitud de beca.

El grupo del curso 2014

El grupo del año pasado fue un grupo estupendo

La banalización de la cultura

El carnaval de Roma no es propiamente una fiesta que se le da al pueblo, sino que el pueblo se da a sí mismo.
Johann Wolfgang von Goethe, Viajes en Suiza y en Italia

Como todos los años, en torno al 1 de noviembre, surge el debate de si Halloween es una celebración extranjera importada por el poder del «imperio» estadounidense. Pero, en realidad, lo fundamental, desde mi punto de vista, no es si la fiesta es o no originaria de un determinado territorio u otro, máxime cuando dentro de la cultura occidental la mayoría de las tradiciones convergen en puntos comunes. El problema principal que se manifiesta en celebraciones como Halloween -pero en verdad, en prácticamente todas las celebraciones globalizadas- es la banalización de la cultura, entendida esta en su sentido antropológico.

A lo largo de la historia, la cultura popular ha sido asimilada a la tradición dominante, de forma que siempre ha habido un sustrato de cultura popular que llega hasta nuestros días. Que el carnaval o la propia celebración de la navidad son en el fondo enmascaramiento de tradiciones que se pierden en la noche de los tiempo es algo sabido. Esta cultura popular ha sido asimilada a nuevas tradiciones culturales que pretendían la hegemonía, como es evidente principalmente en la religión católica que asimila prácticamente toda la cultura pagana para no provocar una ruptura con el pueblo que le interesaba atraerse y que claramente iba a seguir celebrando sus fiestas en cualquier caso y al que, por tanto, había que ofrecer un nuevo marco integrador en el ámbito de la nueva religión. Que Jesús viniera a nacer precisamente un 25 de diciembre es una de esas extrañas casualidades que ofrece el azar a quienes escriben oficialmente la historia y que permitió que el pueblo pudiera seguir celebrando sus saturnales, se llamasen ahora como se llamasen.

Pero lo cierto es que estas nuevas tradiciones de alguna u otra forma a lo largo de estos procesos integradores siguen manteniendo en buena medida sus rasgos culturales mientras que en la actualidad la «cultura» dominante que fagocita todas estas tradiciones es precisamente la de la más absoluta banalización de la cultura, unida además a su mercantilización que es precisamente el espíritu de nuestra época.

Cualquiera que haya estudiado mínimamente la cultura popular sabe que bajo formas aparentemente fáciles o superficiales en busca a veces del disfrute -piénsese en el propio carnaval- se esconde siempre una profunda crítica social o incluso una trascendencia pre-existencialista nada desdeñable. Pero en la actualidad todas estas formas populares han sido englutidas por un capitalismo ramplón que solo las utiliza como reclamo en su afán de novedad en el ciclo del año para ofrecer sus productos, atendiendo de esta forma a otro instinto profundamente anclado en el hombre que es el impulso de cambio y de novedad aunque sea dentro de procesos cíclicos.

La cultura se ha banalizado hasta la extenuación. Que se celebre una fiesta de origen celta popularizada por el imperio cultural y económico que representan actualmente los Estados Unidos es quizá menos malo que el hecho de que dicha tradición se haya vaciado de gran parte de su componente cultural para mostrar sobre todo un factor comercial y precisamente homogeneizador en vez de reflexivo y crítico.

Nada hay en Halloween -más allá de determinadas formas externas- distinto de tradiciones similares asentadas hace siglos en España y en otros países occidentales, lo que es nuevo es precisamente su completa desconexión con toda esa tradición, su banalización, su mercantilización y, en definitiva, que la cultura, si es que se puede seguir dándole ese nombre, que hoy hegemoniza y globaliza todo el mundo sea esa que podemos llamar capitalismo, aunque quizá deberíamos referirnos a ella de forma elusiva, como tan a menudo se hace con la figura del maligno.

Si la cultura, como consideran los antropólogos, implica en definitiva un modo de vida, está claro lo peligroso que es esta banalización de la propia cultura porque implica una banalización de nuestro modo de vida. No en vano esta banalización de la cultura ha corrido paralela con otro fenómeno muy importante que es la expropiación del espacio público. No habrá mejor forma de luchar contra ambas que recuperando el espacio público y el espacio de la cultura y, como indica la cita de Goethe que abre este texto, que las fiestas no sea las que se les da al pueblo, sino que vuelvan a ser las que el pueblo se da a sí mismo.

Lectura polémica o una tonta reflexión sobre el libro

Leer un libro es en realidad entablar una batalla. Es cierto que amamos los libros, pero también que luchamos con ellos, quizá como se lucha con un amigo, medio en broma, medio en serio, para ver quién derriba primero al otro y echarse unas risas. Pero es una lucha, luchamos por vencerle, por acabar con él. Precisamente, por eso: por terminarlo. El libro que con sus 600 páginas descansa sobre mi mesilla es un reto, una llamada a entablar el combate, y al final solo puede quedar uno. Por eso la naturaleza del libro como objeto es tan importante. Porque tiene una dimensión física que no podemos obviar y que más allá del contenido, ocupa un espacio real. Su peso nos indica también la densidad de la lectura, su dimensión nos habla de las características del libro, y lo mucho o poco que juntemos los dedos a un lado u otro de la lectura, nos indica cuánto del libro hemos leído y cuándo nos queda por leer. Lo cual no es dato insignificante en la batalla.

El libro electrónico con sus infinitas ventajas -que no vendré aquí a enumerar, harto de hacerlo ya tantas veces-, nunca nos llamará de la misma forma, nunca nos mirará desde la estantería con un reproche por no haberle leído a pesar de haberlo comprado hace ya meses con tanta ilusión. Sentarse en el sofá del salón a mirar el estúpido televisor y sentir cientos de miradas desde la estantería… Esa sensación quizá no la tengamos nunca con el libro electrónico, como tantas otras. Pero claro, estamos hablando de nosotros, lectores impenitentes de más de 40 años que hemos crecido rodeados de libros y sabiendo que esa era la principal y a veces única forma de conocimiento, de entablar conversaciones con seres maravillosos que vivieron cientos o miles de años antes que nosotros hiciéramos nuestro primer pipí. Pretender que sea así con generaciones que han crecido rodeados de pantallas en las que para muchos cabe todo su mundo, es pretender quizá lo imposible.

Los adolescentes enganchados al móvil quizá sufran el mismo amor hacia esas pantallas que nosotros hacia los libros. Quizá el adolescente que siente la vibración de su móvil en el bolsillo y no puede sacarlo, y siente otra más, y sabe que los mensajes se van acumulando, sienta una sensación similar, un remordimiento parecido al que siento yo cuando noto los libros no leídos en los estantes. Quizá en el futuro, cuando algunos de esos chicos tengan nuestra edad y se hayan convertido en grandes lectores -porque a pesar de todo, en el futuro habrá lectores, habrá letraheridos, habrá amantes del libro, como los ha habido siempre porque como decía aquel, con mucho acierto: podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía- sientan esos remordimientos al abrir la aplicación de lectura y ver la imagen de las cubiertas de tantos libros esperando en la cola de lectura.

Pero es cierto que, como también decía aquel otro, todo es lucha, agonía y polémica (por el griego polemós, no por los estúpidas «polémicas» de televisión), y si la lectura en el fondo es una batalla contra el libro, contra el autor, por vencerlo, por terminarlo (aunque a veces es tan bello el combate que odiamos que llegue ese momento final que sin embargo a la vez ansiamos) hay quien quiere ver también una batalla -y además a muerte- entre el libro en papel y el libro digital. Enfrentar ambos modelos como quién pregunta al niño a quién quiere más si a mamá o a papá, no deja de ser, además de estúpido, una crueldad. Pretender que cada nuevo modelo tenga que enterrar necesariamente al anterior es pretender una huida hacia adelante en la que cada tiempo pasado no solo no fue mejor, sino que necesariamente ha tenido que ser peor.

Por suerte, no es así. El libro electrónico no va a acabar con nadie, porque lo que él mata goza de buena salud. Y como también decía Sancho, no hay mayor tontería que dejarse morir sin más ni más, sin que nadie lo mate. Así que el uno por el otro -como también diría, en es este caso mi abuela- la casa sin barrer y ni el libro en papel se muere, ni el electrónico lo mata.

Larga vida al libro, aunque espero rematar esta tarde el tomo que estoy leyendo.

Los partidos del «no»

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Como hoy es jornada de reflexión os invito a reflexionar sobre nuestra participación en estas o en cualquier elección. Mi reflexión tiene que ver con los que llamaremos partidos del «no», porque creo que a la hora de elegir a quién votar una buena forma de decidirlo es precisamente descartando a los partidos del «no». ¿Y quiénes son los partidos del «no»? Pues son aquellos que su principal apuesta es precisamente un «no». Por ejemplo, el partido en la oposición es casi siempre un partido del «no», ¿por qué? Porque su apuesta, sus argumentos, sus discursos se centran casi por completo en un enorme «no» al partido que gobierna, es decir, aunque tengan propuestas, casi todas acaban englobadas o tapadas por un enorme «no».

A su vez, el partido que gobierna, suele basar su estrategia también en un enorme «no», principalmente un «no» al partido de la oposición con el argumento de «mira lo que hicieron ellos antes», y generalmente quienes no les votan , suelen votar a otros no por esos otros sino por decirle un enorme «no» al partido que ha estado gobernando, porque es bien sabido que la mayoría de los votos son también votos del «no», porque no votamos a alguien, sino casi siempre contra alguien.

Luego hay partidos cuyo propio nacimiento como partido surge de un  «no», son partidos que nacieron para decir «no» a algunas cuestiones muy específicas, así hay partidos que nacen para decir «no» a la independencia de otros, o para decir «no» al terrorismo (como si fuera necesario decir «no» al terrorismo, especialmente cuando ese terrorismo al que hacen referencia ya no existe). Estos partidos son fáciles de distinguir porque aparte de ese enorme «no» todo lo demás que dicen suele coincidir con lo que dice otro gran partido (o más de las veces, pican de aquí y de allí), normalmente, otro gran partido del «no».

También están los partidos cuya esencia es un gran «no», son los partidos nacionalistas porque se basan sobre todo en un enorme «no» a seguir formando parte de algo, lo cual es legítimo y estoy completamente de acuerdo en que todo el mundo pueda decidir en cualquier momento decir «no» a formar parte de lo que sea, faltaría más; pero no podemos dejar de encontrar que estos partidos, tienen en su esencia como partido también un enorme «no».

Por supuesto, los partidos fascistas o llamados de extrema derecha, también se asientan en un enorme «no», un no al extranjero, un «no» al inmigrante, o en definitiva un «no al otro». Son pues grandes partidos del «no».

Y así, podemos ir descartando todos los partidos basados en el «no»… confiando en que, en el descarte, encontremos alguno que se base en algún enorme «sí». ¿Y si no encuentro ningún partido del «si»? Pues es lo más probable, y en ese caso quizá lo mejor es elegir al que tenga menos «noes» o los tenga más pequeños.

¿Y no sería entonces mejor no votar? Pues no lo creo, porque precisamente no votar, es, sin lugar a dudas; el mayor voto del «no».