Utópica televisión

¿Qué pensarían de una televisión que en su horario de máxima audiencia -lo que en la jerga se denomina «prime time» y en España cada vez se acerca más a la hora de las brujas- emitiera, por ejemplo, documentales, teatro clásico, películas de la Nouvelle vague, o series basadas en clásicos de la literatura? Seguramente pensarían que se trata de la descripción de una utopía, de un deseo que difícilmente se hará realidad o incluso de un sueño. Pero lo cierto es que, en cierta medida, esa televisión ha existido y algunos lectores quizá la han reconocido porque hemos sido muchos los que la hemos disfrutado ya que era la televisión con la que crecimos en España.

Y es que cuando yo era niño -allá por la segunda mitad de los años 70 del pasado siglo- y solo disponíamos de dos canales de televisión -que siguieron siendo en blanco y negro en muchos hogares aunque ya a partir de 1978 se emitiera en color- nos reuníamos después de cenar a ver, nada más y nada menos, que un documental sobre naturaleza. Al fin y al cabo no era otra cosa El hombre y la tierra de Félix Rodríguez de la Fuente. Una excepción, pensarán muchos porque en la televisión actual los documentales de esa naturaleza -permítaseme la redundancia- están confinados a la hora, también tan española, de la siesta. Pero no se trata solo de que en aquellos tiempos un programa como ese encandilara a la audiencia, sino que quizá no he visto más cine clásico en mi vida que el que vi en aquellos años y recuerdo cuando contaba 13 y 14 años los largos ciclos dedicados a directores fundamentales de la historia del cine como los que se ocuparon por ejemplo de François Truffaut, Roberto Rossellini o incluso Ingmar Bergman. Y hablo de la primera cadena, no de otros ciclos como los dedicados a Tarkovski que en esos mismo años se emitía también, pero en La 2 y a horas más atrevidas. Cine clásico -no daba entonces miedo el blanco y negro, como hoy que se excluye de muchos canales solo por ese motivo- y cine de grandes autores de la cinematografía universal era el que entonces podía verse con cierta frecuencia en los dos canales de televisión de los que disponíamos.

También recuerdo de aquellos años ver mucho teatro clásico en la tele -algo seguramente impensable para los muchachos de esa misma edad en 2014- porque cuando se emitía Estudio 1 no dejamos de pegarnos a la tele para ver clásicos de Lope, Calderón, Shakespeare, Chejov o Ibsen. En aquellos años estas obras de teatro se emitían en el horario de máxima audiencia, y ya casi acabando los 80 recuerdo reposiciones de estas obras también en la hora de la siesta en vez de los típicos culebrones que proliferaron un poco después.

Tampoco eran raros los debates en los que los contertulios no solo tenían algo que decir sino que además podían decirlo sin ser interrumpidos durante largos minutos en los que argumentaban sus posiciones. Parece algo también impensable en los debates de hoy. Se trataban, además, temas interesantes hoy seguramente excluidos del ámbito televisivo, como nada más y nada menos que el Marxismo o el Anarquismo. Busquen, si no me creen, en YouTube alguno de los debates de La Clave y sorpréndanse al ver al contertulio expresar sus ideas en largos minutos ante el silencio respetuoso del resto de participantes (En RTVE a la carta pueden verse algunos de estos programas completos, desgraciadamente, muy pocos). En esos debates de lo que se trataba era claramente de definir ideas, discutirlas y llegar a conclusiones, y no solo tirarse tópicos y trastos a la cabeza a base de gritos y sandeces. No es casualidad que, al cerrarse el programa, se presentara en pantalla bibliografía -¡Bibliografía, señores!- del tema tratado. Hoy día, un programa como Millennium intenta, sin duda, seguir los pasos de aquel programa, pero se emite a la 1 de la madrugada, lo cual indica cómo se relegan este tipo de programas.

También entonces muchas series adaptaron textos literarios como la Fortunata y Jacinta de Galdós, El Pícaro de Fernando Fernan Gómez, o Los gozos y las sombras de Torrente Ballester. Fenómeno que todavía en el año 1990 nos trajo Los jinete del alba, El obispo leproso, o la magnífica La jorja de un rebelde de Arturo Barea.

¿Y adónde quiero ir a parar con este ejercicio de nostalgia televisiva? Pues a preguntarme si realmente los espectadores de los años 70 y primeros 80 eran realmente más inteligentes, más sensibles o más despiertos que los de hoy día. ¿Qué ha pasado? ¿Éramos más listos hace 30 años? ¿Quizá es que Google nos ha vuelto estúpidos como planteaba Nicolas Karr? Creo que no, que -al menos en este caso- nosotros los de entonces, seguimos siendo los mismos.

Pero comparada esa televisión (evidentemente estoy obviando otros contenidos más «comerciales» que también se daban) con la que tenemos hoy, da la sensación de que los espectadores tenían más interés por contenidos culturales que ahora. Pero es que también sucede algo parecido con los libros. No hace mucho, Luis Alemany comparaba los best-seller de hoy con los de los años 80 destacando que entonces los autores eran de una «calidad» al menos distinta de lo que hoy copan la lista de más vendidos.

Puede que en los años 70 y 80 hubiera un hambre de cultura, de ponerse al día, por venir de donde veníamos, quizá mucho mayor que el que podamos tener hoy pero no es esa la cuestión que me interesa, sino el constatar que frente a quienes creen que es el espectador o el lector el que rehúsa esos contenidos, lo que yo creo es que el que hoy día no se vean esos contenidos no es porque el espectador no los quiera ver sino por un motivo mucho más sencillo: no los emiten.

Es, claro está, un círculo vicioso: tomar por tonto al lector, lo entontece. De la misma forma que los programas para niños que tratan a los niños como tontos generan niños tontos -no hemos hablado de la estupenda La bola de cristal, un programa para niños que no los/nos trataba como a idiotas, o El planeta imaginario-; generar programas de televisión y literatura para tontos nos convierte en tontos. No es que la gente demande tontería, sino que los productores se han empeñado en generar tontería porque evidentemente resulta más fácil de «fabricar» y «consumir».

Cuando en televisión se emitía Yo, Claudio, lo veíamos; cuando se representaba a Lope de Vega, lo veíamos; cuando nos explicaban cómo caza el lince ibérico, lo veíamos. Entonces ¿porque ahora no vemos Yo, Claudio, Lope de Vega o la vida del lince ibérico? Muy sencillo… porque no lo emiten.

Es verdad que también teníamos el Un, dos, tres o los Hombres del Harrelson y que seguramente no hay mucha diferencia entre el Curro Jiménez de entonces y el Águila roja de ahora, pero en proporción el nivel cultural de la televisión de los 70 y 80 era muy superior al actual donde se han multiplicado los canales y la estulticia. Para comprobar que la llegada de las televisiones privadas en los 90 no trajo ni en realidad más diversidad ni mucho menos más calidad-¡ay, la vieja falacia de a más diversidad, más calidad- sino mediocridad no hace falta recordar a las mamachicho. A pesar de tener solo dos canales, la apuesta por ofrecer entretenimiento pero también cierta calidad y contenido cultural es lo que se echa en falta en la televisión de hoy con respecto a la de entonces. Hay que recurrir -al margen del oasis que sigue siendo afortunadamente La 2– a canales digitales para encontrar apuestas por documentales o cine clásico; y por supuesto a ese otro oasis que ha venido a ser internet.

La pregunta trasladada al mundo del libro es por qué no leemos a autores de cierta calidad y sí a mediocres autores de bestseller. Quizá porque el autor de calidad si está en la librería está bastante escondido en un estante, mientras el otro tiene pilas de libros en todas las librerías e incluso marquesinas de autobús para anunciarse. No es que ahora se escriba mal o se lea peor, lo que sucede es que todo se ha convertido en consumo y como mercancía de consumo se vende. Y en vendernos milongas, esta gente sabe un rato.

Pero a la gente sí que le gusta la cultura, el problema es que no lo saben porque no la encuentran fácilmente. Pero está claro que otra televisión es posible porque ya ha existido y la hemos disfrutado.

La banalización de la cultura

El carnaval de Roma no es propiamente una fiesta que se le da al pueblo, sino que el pueblo se da a sí mismo.
Johann Wolfgang von Goethe, Viajes en Suiza y en Italia

Como todos los años, en torno al 1 de noviembre, surge el debate de si Halloween es una celebración extranjera importada por el poder del «imperio» estadounidense. Pero, en realidad, lo fundamental, desde mi punto de vista, no es si la fiesta es o no originaria de un determinado territorio u otro, máxime cuando dentro de la cultura occidental la mayoría de las tradiciones convergen en puntos comunes. El problema principal que se manifiesta en celebraciones como Halloween -pero en verdad, en prácticamente todas las celebraciones globalizadas- es la banalización de la cultura, entendida esta en su sentido antropológico.

A lo largo de la historia, la cultura popular ha sido asimilada a la tradición dominante, de forma que siempre ha habido un sustrato de cultura popular que llega hasta nuestros días. Que el carnaval o la propia celebración de la navidad son en el fondo enmascaramiento de tradiciones que se pierden en la noche de los tiempo es algo sabido. Esta cultura popular ha sido asimilada a nuevas tradiciones culturales que pretendían la hegemonía, como es evidente principalmente en la religión católica que asimila prácticamente toda la cultura pagana para no provocar una ruptura con el pueblo que le interesaba atraerse y que claramente iba a seguir celebrando sus fiestas en cualquier caso y al que, por tanto, había que ofrecer un nuevo marco integrador en el ámbito de la nueva religión. Que Jesús viniera a nacer precisamente un 25 de diciembre es una de esas extrañas casualidades que ofrece el azar a quienes escriben oficialmente la historia y que permitió que el pueblo pudiera seguir celebrando sus saturnales, se llamasen ahora como se llamasen.

Pero lo cierto es que estas nuevas tradiciones de alguna u otra forma a lo largo de estos procesos integradores siguen manteniendo en buena medida sus rasgos culturales mientras que en la actualidad la «cultura» dominante que fagocita todas estas tradiciones es precisamente la de la más absoluta banalización de la cultura, unida además a su mercantilización que es precisamente el espíritu de nuestra época.

Cualquiera que haya estudiado mínimamente la cultura popular sabe que bajo formas aparentemente fáciles o superficiales en busca a veces del disfrute -piénsese en el propio carnaval- se esconde siempre una profunda crítica social o incluso una trascendencia pre-existencialista nada desdeñable. Pero en la actualidad todas estas formas populares han sido englutidas por un capitalismo ramplón que solo las utiliza como reclamo en su afán de novedad en el ciclo del año para ofrecer sus productos, atendiendo de esta forma a otro instinto profundamente anclado en el hombre que es el impulso de cambio y de novedad aunque sea dentro de procesos cíclicos.

La cultura se ha banalizado hasta la extenuación. Que se celebre una fiesta de origen celta popularizada por el imperio cultural y económico que representan actualmente los Estados Unidos es quizá menos malo que el hecho de que dicha tradición se haya vaciado de gran parte de su componente cultural para mostrar sobre todo un factor comercial y precisamente homogeneizador en vez de reflexivo y crítico.

Nada hay en Halloween -más allá de determinadas formas externas- distinto de tradiciones similares asentadas hace siglos en España y en otros países occidentales, lo que es nuevo es precisamente su completa desconexión con toda esa tradición, su banalización, su mercantilización y, en definitiva, que la cultura, si es que se puede seguir dándole ese nombre, que hoy hegemoniza y globaliza todo el mundo sea esa que podemos llamar capitalismo, aunque quizá deberíamos referirnos a ella de forma elusiva, como tan a menudo se hace con la figura del maligno.

Si la cultura, como consideran los antropólogos, implica en definitiva un modo de vida, está claro lo peligroso que es esta banalización de la propia cultura porque implica una banalización de nuestro modo de vida. No en vano esta banalización de la cultura ha corrido paralela con otro fenómeno muy importante que es la expropiación del espacio público. No habrá mejor forma de luchar contra ambas que recuperando el espacio público y el espacio de la cultura y, como indica la cita de Goethe que abre este texto, que las fiestas no sea las que se les da al pueblo, sino que vuelvan a ser las que el pueblo se da a sí mismo.

En apoyo de la Biblioteca Nacional

A veces uno piensa que lo peor que puede hacer una institución (como una persona) es hacer las cosas bien, porque en cuanto las cosas empiezan a marchar bien alguien toma decisiones absurdas como esta y corta por lo sano el esfuerzo y el buen trabajo que se está haciendo. Desgraciadamente tengo la sensación de que alguien debió darle un codazo a otro alguien (no sé ni siquiera si sería a la propia Ministra o bien los codazos fueron en cadena hasta llegar a ella) y decirle : «Hay que tener cuidado, la Biblioteca Nacional empieza a funcionar bien y son muchos los que están fijando su mirada en ella, quizá los españoles empiecen a preguntarse por qué hay instituciones que funciona bien y otras tan rematadamente mal. ¡Hay que parar esto!».. y de ahí que este recorte simbólico (pues a nadie se le escapa que 16 millones de euros no van a solucionar nada, y por supuesto que de esos 16 millones le corresponderán seguramente a la Biblioteca Nacional la parte más pequeña) solo sirva para parar los pies a aquellos y aquello que empiezan a destacarse por hacer las cosas bien como sin duda podrían haberse empezado a hacer hace mucho tiempo, como podrían hacerse en todas las instituciones, si no fuera por desinterés o por demasiado interés en hacerlas mal y rematadamente mal. Este es un caso de cómo en cultura solo importa lo que produce dividendos (dividendos que en cultura también se llaman derechos de autor) y que a la hora de recortar nunca se recortará de lo realmente superfluo o de lo que es, valga la redundancia; innecesario, sino de aquello que siendo sano, demasiado sano, conviene cortar de cuajo para que no contagie a los demás miembros de la cosa pública con su entusiasmo , o con sus ganas de hacer las cosas bien. No me quejo ya de que la cultura esté en el punto de mira de los recortes, porque en Cultura se podría recortar y mucho, incluso en altos cargos realmente superfluos, sino de que se haga en una institución con una labor importante y que precisamente en los últimos años ha sabido salir del elitismo y de cierto oscurantez para presentarse brillante y capaz de liderar un cambio hacia una nuevo siglo cultural, un futuro cultural que quizá contrasta demasiado con otro futuro cultural de quienes quieren que nos limitemos a consumir (palabra tan fea que significa también acabar con algo) la cultura en vez de asimilar, disfrutarla y finalmente compartirla con el enriquecimiento que hemos obtenido con ella. Por supuesto que apoyamos a Milagros del Corral y a la Bibioteca Nacional y a todas las bibliotecas y bibliotecarios que realizan una labor importante para que la cultura llegue a todos. No confío en que esta decisión se revoque, pero confío en que la labor iniciada por Milagros sea continuada aunque con las dificultades impuestas para hacer que si algún día salimos de esta crisis tan sospechosamente interesada, no salgamos más tontos aunque sí más escarmentados.

Una de cada cuatro bibliotecas suspende en calidad, debido a carencias en los servicios ofrecidos y en la seguridad


Hablábamos el otro día de las bibliotecas y hoy me llega la revista Consumer de Eroski de este mes de Febrero con un informe sobre las Bibliotecas Públicas. Aunque el titular parezca decir que 1 de cada 4 bibliotecas es un desastre, lo cierto es que no es así, y el propio informe viene a decir que las bibliotecas aprueban:

La valoración final del servicio que ofrecen las bibliotecas se queda en un ‘aceptable’,que es también la calificación que merecen los apartados de servicios y seguridad de las instalaciones. Por su parte, tanto la información como la accesibilidad logran un ‘bien’, y destacan la limpieza y el mantenimiento de las bibliotecas, con un ‘muy bien’.

De todas formas creo que el informe es un poco injusto porque valora cosas que quizá no sean precisamente imprescindibles en una Biblioteca o que son exigencias quizá excesivas:

En una de cada cuatro no se encontraron salas de estudio personal y sólo tres de cada diez ofrecían salas de estudio para grupos. Además, el 27% de las bibliotecas carecía de zona wifi, el 17% no contaba con salas de ordenadores con acceso a Internet y sólo el 22% de ellas disponía de puntos de auto-préstamo, así como de servicio gratuito de taquillas a los usuarios. Además, otro servicio muy útil, el de fotocopistería, se encontró sólo en dos de cada tres bibliotecas. En el 40% no se hallaron puestos para visionar archivos de vídeo o de audio. Sin embargo, ocho de cada diez sí contaban con videoteca, fonoteca o hemeroteca.

Otra de las cosas que critica el informe es la falta de seguridad: «En el 75% de ellas no se vieron cámaras de seguridad dentro del edificio y casi en el 70% de las bibliotecas, ni siquiera fuera». Bueno, lo de Gran Hermano ya llega a todas partes, pero lo de estar leyendo un libro sabiendo que alguien me está vigilando tampoco creo que sea lo que más importe a la hora de visitar una biblioteca, de hecho creo que me sentiría un poco incómodo leyendo según qué cosas…

Vamos, que en general lo que se valora como negativo son factores menores o incluso de un exceso de exigencia por parte de quienes lo han elaborado. Evidentemente hay mucho que mejorar en las Bibliotecas Públicas, pero yo creo que lo principal que hay que mejorar es la afluencia de público, conseguir que sean espacios realmente concurridos y no precisamente para conectarse a internet o visionar archivos de vídeo o audio (por cierto, curioso que el informe hable de «archivos» y no de dvd y cd, por ejemplo). Yo sigo sintiendo mucha tristeza cuando veo el poco uso que se hace de las Bibliotecas. Por ejemplo el pasado jueves en EL MUNDO una madre publicaba una carta en la que se quejaba de que no dejaran entrar a su hija menor en la Biblioteca Nacional, pero lo sorprendente es que la madre decía que como no la habían dejado entrar en la Nacional no le quedaba más remedio que recurrir a internet para hacer su trabajo escolar. ¡Dios mío! Si alrededor de la Biblioteca Nacional -que como todas las Bibliotecas Nacionales está especialmente destinada a la investigación y ahora dejan entrar a todos los mayores de 18 años- hay más de 6 Bibliotecas Públicas, mucho más adecuadas por organización y por el tipo de material para un menor y sus trabajos escolares. Quizá lo que falta es el conocimiento de la existencia de las Bibliotecas y de los servicios que ofrecen, y ahí vuelvo nuevamente al vídeo de la Biblioteca Provincial de Huelva que comentábamos el otro día.

¿Quién es el ladrón?

Aunque en parte esto se sale de la temática de este blog, al ver hoy la noticia en EL MUNDO, no he podido dejar de recordar las campañas de la SGAE (y el propio Gobierno que paga esas campañas con los impuestos de «todos») contra los «ladrones» que están acabando con la música a través de las descargas en internet o el top manta, y en las que Alejandro Sanz participa a menudo. Por lo visto a pesar de la piratería hay gente que sigue ganando mucho dinero, tanto que no le cabe en España y se lo tiene que llevar fuera, sin avisarselo a Hacienda:

Alejandro Sanz, denunciado por evadir capitales en Liechtenstein

¿Los conductores leen?


Leer requiere tranquilidad y silencio. Sin embargo un buen número de lectores leen en el transporte público, mientras viajan o mientras esperan, en un ambiente que desde luego no es tranquilo y en el que no es fácil aislarse, y más cuando Metro de Madrid (ese que parece avergonzarse de ser metro y queire ser avión) ha decido poner pantallas de televisión, como si se le quisiera ganar terreno a la lectura también en ese espacio. ¿Leer es para estos lectores una forma de matar tiempos muertos? Se lee mientras se espera. ¿se lee como esperanza?

Pero si se lee en el transporte público, los que viajan en coche ¿usarán luego el tiempo ganado en leer? ¿Y en los atascos? ¿leen los conductores en los atascos como los conductores de autobús leen el periódico en los semáforos cerrados? Recuerdo aquellos personajes de «autopista hacia el sur» de Cortázar atrapados durante días en un gran atasco, haciendo vida en sus coches, y sí… también leían.

Pero el espacio más destacado reservado para la lectura es la biblioteca, y sin embargo en las bibliotecas publicas en realidad se lee menos de los esperable. Hay trasiego de gente que entra y sale y sobre todo se lleva a casa películas, música y juegos. Por supuesto también libros. Desde que la biblioteca es también videoteca, discoteca y ludoteca, sin duda son más visitadas, y eso es bueno porque tarde o temprano los visitantes también se llevarán un libro, pero lo cierto es que en la biblioteca se lee poco. En la sección de adultos los estudiantes de secundaria, universitarios y opositores estudian, en la sección infantil muchos niños aprovechan para hacer los deberes del colegio, pero leer, se lee poco. Desde que las bibliotecas publicas disponen también de puestos de acceso a internet, se producen situaciones al menos curiosas, porque la mayoría de los usuarios son jóvenes que utilizan la conexión para chatear a través de programas de mensajería, lo cual es paradójico, porque en un espacio en el que hablar está relativamente prohibido, ellos van precisamente a la biblioteca para no hacer otra cosa que hablar, eso sí, en silencio. Pero bueno, aunque muchos de los visitantes de la biblioteca vayan a otra cosa distinta de la lectura, alguno, tarde o temprano, caerá en las garras del papel. Como mostraba una encuesta hecha a los usuarios por la web de la biblioteca del ayuntamiento de Madrid, la mayoría de los usuarios (creo que era más del 50% porque la encuesta ya no está accesible) visita la biblioteca para coger en préstamo… ¡Discos y películas! Da la sensación de que las bibliotecas se avergonzaran de ser espacios de lectura, de ser un lugar de libros y tuvieran que ceder espacio -¡también aquí!- a la música, los juegos de ordenador, las películas e internet.

Pero si en las bibliotecas paradójicamente y proporcionalmente parece que se lee menos que en el transporte público, lo cierto es que se puede leer casi en cualquier parte. En el barrio donde vivo, hace más de 20 años – ahora ya sé que veinte años no es nada- que veo a menudo un señor que lee en la calle, y de pie, novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Es cierto que le sobra el tiempo, pero lee.

Porque parece que en gran medida la lectura es una forma de ocupar el tiempo, como lo ocupan los que esperan el autobús o viajan en metro, en un tiempo en el que no se puede hacer quizá otra cosa. De ahí la expresión tan afinada y afilada de «matar el tiempo». Pero hoy que parece que no existe el aburrimiento, que ha sido desalojado de nuestras vidas en las que tenemos la sensación de llegar tarde a todas partes parece que la lectura corre aún más peligro. ¿Pero en qué usamos entonces el tiempo?

En cualquier caso -y por si acaso-, como tal vez hubiera dicho Gómez de la Serna: el aburrimiento es la mentira del burro. Si te aburres: lee.

Ruiz Zafón y los perros

«Ladran, luego cabalgamos», decía don Quijote a Sancho. Y efectivamente es frecuente que cuando alguien tiene éxito le surjan cientos de amigos, pero especialmente miles de enemigos, y sobre todo millones de críticos. Por eso no me ha sorprendido del todo últimamente encontrar una serie de críticas a Ruíz Zafón, alegando que escribe mal, y en definitiva que es un pésimo escritor. Leí hace un mes la de Arcadi Espada, que ha tenido cierto eco, y hace un par de días, a la zaga de aquella crítica, leí otra de un corrector de estilo que aprovechaba para comentar lo mal que hacen las cosas las editoriales y el poco respeto que se tiene al trabajo de corrector, o como se mete prisa y no importa tanto la calidad. Probablemente tenga razón, aunque si le sirve de consuelo en todos los sectores cuecen habas, y no siempre la calidad es el criterio principal. Pero bueno, a lo que vamos.

Es más que probable que Zafón no reciba nunca el premio nobel, aunque en la historia del nobel hay de todo –Creo que ya es un tópico citar a Echegaray, pero vamos, es que es un buen ejemplo-, pero de ahí a decir que es un mal escritor («pésimo» dice Arcadi) porque comete incorrecciones sintácticas o gramáticas (quien esté libre de pecado, incluidos correctores, que tire la primera piedra), o ponerle a parir porque haya algún que otro desliz argumental o anacronismo en su obra, me parece sacar los pies del tiesto, porque de ser así tendríamos que condenar al ostracismo a la mayor parte de nuestra producción editorial . Así el post de Espada hace espcial sangre de los anacolutos de Zafón. Bueno, teniendo en cuenta que el ejemplo clásico de anacoluto que cita Lázaro Carreter es de nada menos que de Teresa de Jesús, quizá no sea tan grave. Que no se haya documentado todo lo bien que algunos quisieran , es otro tema, porque en la ficción es frecuente que se alteren circunstancias históricas para hacer más interesante un relato, por ello se habla de novela y no de historia, pero bueno, eso también sería otra discusión, porque si analizamos novelas históricas (clásicas y encumbradas) puede que nos sorprendamos bastante. Que sea un escritor de novela juvenil, que he leído como crítica en otros foros, como si eso fuera un estigma, tampoco me parece de recibo, primero porque empezamos a minusvalorar géneros, cosa que es tremenda y absurda, y segundo porque en España hay muy buenos escritores de literatura juvenil y son ellos los que deben merecer todo nuestro respeto, más que otros escritores de adultos, porque son los que se empeñan en hacer lectores, y a mí personalmente me provocan admiración. Y ahí tenemos a Jordi Sierra i Fabra, premio nacional de literatura y candidato al nobel de la literatura juvenil, el premio Andersen. Pero bueno, que vuelvo a salirme del tema.

Creo que quienes de alguna forma queremos o intentamos que la lectura se extienda a mayor número de personas, hacemos un flaco favor a este empeño criticando a autores como Zafón que han conseguido algo importantísimo como es unir cierta calidad literaria con un “bestsellerismo” (perdón por la barbaridad) desconocido hasta ahora en España, todo ello con una buena historia bien narrada que consigue atrapar al lector, porque le hace disfrutar con la lectura (algo que no es fácil de conseguir, o al menos yo no me lo encuentro todos los días). Que dicha historia y dicha novela esté basada en fórmulas que se sabe que funcionan, no desmerece en absoluto, pues si precisamente esas formulas funciona y todo el mundo puede usarlas, lo cierto es que no tenemos una Sombra del viento cada quince días, ¿algo habrá de dificultad y de talento en construir una obra que ha funcionado tan bien?. Y sobre todo que el arte, se basa en motivos y fórmulas, o ¿no es así?

Acostumbrados a ver textos de supuestos grandísimos escritores plagados de barbaridades, o simplemente de obviedades, de diálogos insulsos, de descripciones estúpidas, o de argumentos que ¡válgame dios! …, el que se critique a Zafón por decir que las bombillas son de cristal (no sé si en otro autor, esto sería considerado un pleonasmos de gran fuerza expresiva) me parece que es intentar hacer una división entre los escritores buenos y los escritores malos, identificando a los primeros con los que leen los cultos y los otros con los que lee la gente en el metro (otro día hablaré de que se lee más en el metro que en las bibliotecas). Otro craso error desde mi punto de vista, porque precisamente si realmente existieran esas divisiones (que no existen, o al menos no son tan claras) lo mejor es lanzar puentes, y no quemar las naves. Pero como tenemos tendencia a las islas (o a las torres de marfil), en vez de intentar atraer a miles de lectores para que esa isla se convierta en continente, pues criticamos a Zafón por sus anacolutos, sus inconsistencias argumentales (¡dios mío!, no es el lugar para enumerarlas, pero hay una lista de incongruencias del Quijote, y eso sin mencionar al asno guadianesco que dicen que perdieron los impresores) y decimos que es un pésimo escritor.

El que se diga que lo criticable, como dice Espada, no es que Zafón escriba mal (porque claro, eso da igual) sino que los editores son un desastre, es aprovecharse del cauce del Pisuerga, o sea, salirse por peteneras, porque ¡anda que no podemos hablar de libros de autores vivos pero ya clásicos de nuestro país cuyos textos han salido sin una mínima corrección por motivos varios y diversos!, desde que el autor estaba enfermo y nadie se atrevió a tocar una coma sin consultarle, hasta simplemente que en corrección no es todo blanco ni negro y lo que a ti te parece una incorrección enorme a otro le parece un hallazgo lingüístico inconmensurable. O como decía Lázaro (no Carreter, sino el otro) , “lo que uno no come, otro se pierde por ello”. (Por cierto, que este “ello” habrá corrector que lo eliminaría alegando que es un galicismo, pero claro qué se puede esperar de un pícaro)

Lo cierto es que Zafón, ha conseguido algo que para mí es muy importante, y probablemente sin pretenderlo, unir cierta calidad literaria (evidentemente Zafón no es Cervantes, pero tampoco es Dan Brown, no nos engañemos) con unas ventas de libros prácticamente desconocidas hasta ahora. Creo que La sombra del viento es un libro muy recomendado (desde luego yo lo he recomendado mucho, especialmente a gente que lee poco o nada) porque la mayoría de la gente que lo ha leído ha querido compartir el placer de su lectura con otros, y ahí creo yo que está el verdadero éxito de la Sombra del viento, y no en campañas de márquetin, que no las hubo realmente hasta que el libro empezó a cobrar vida por su cuenta. Y en este sentido hay también un principio de márquetin que dice que cuando algo te gusta se lo cuentas a 10 personas, pero cuanto algo te disgusta se lo cuentas a 100. Evidentemente en el caso de Zafón han podido más los muchísimos que lo han recomendado 10 veces, que lo pocos que lo han criticado 100.

Creo sinceramente que libros como la Sombra del viento, hacen más por la lectura que muchos planes de fomento de la lectura institucionales. Ojalá hubiera más “Zafones” que consiguieran que todos los meses tuviéramos un libro como la Sombra del viento (no sé si el Juego del ángel lo es, porque tengo una lista de lecturas pendientes demasiado enorme por el momento, y no le he echado aún el guante), porque si muchos lectores de esta obra luego han buscado las novelas juveniles de Zafón, es que ha conseguido iniciar una cadena de lecturas que es el paso principal para encadenar lectores. Esto sin negar claro está que hay muchísimas obras mejores en este sentido y que por las circunstancias del azar ( osea miles de factores que desconocemos, y otros pocos que sí conocemos) no conseguirán nunca llegar a tantos lectores. Pero esa también es otra historia, que como diría Michael Ende, debe ser contada en otro momento.

En fin, que con mis respeto a Arcadi Espada y a los que han seguido por esa senda, en cuestión de crítica literaria respeto más la opinión de Ángel Basanta que comenta sobre el Juego del ángel:

«En fin, haciendo gracia de estos pequeños fallos, la diversión está garantizada por una novela entretenida y bien contada, impregnada de literatura y llena de guiños cómplices en una historia que nace de los libros, los que lee con pasión y escribe después el narrador y protagonista, y que acaba en los libros, con el narrador retirado a escribir esta novela en una cabaña cerca del mar y anudando su conexión con otro libro, La Sombra del viento, por medio de la condición de Isabella como madre de Daniel Sempere, narrador y protagonista de La sombra, en cuya página primera se leen motivos y frases que coinciden con otros de El juego

Y por cierto, que quienes frecuentan EL Cultural, están acostumbrados a que muchas críticas de Ricardo Senabre terminen con una recopilación de errores gramaticales, sintácticos, etc. y esto en autores de todo tipo, lo cual no siempre desmerece una buena obra (cuando lo es) y como decía, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, pero si tenemos que tirar piedras que no sea contra escritores que consiguen hacer lectores, sino contra los otros, los que hacen que se pierdan lectores por insufribles y peñazos. (Esto último dicho con todo el cariño del mundo).

Los otros Pilares y los otros lectores



Ahora que Ken Follett ha publicado la segunda parte de Los pilares de la tierra, me acuerdo una vez más del libro que siempre me viene a la cabeza cuando oigo hablar de aquél: Los siete pilares de la sabiduría de Lawrence de Arabia. Se cuenta de este libro, tan amplio como el de Ken Follett, que Lawrence lo perdió en una cabina telefónica cuando ya lo tenía terminado y que tuvo que reescribirlo de nuevo. Hoy eso es difícil que suceda… que alguien pierda algo en una cabina de teléfonos. Lo cierto es que el libro de Lawrence nunca ha sido un best-seller y de hecho es difícil de encontrar, aunque en los últimos años han salido algunas ediciones y muy asequible por ejemplo la de Zeta Bolsillo por sólo 10 €.

Pero bueno, en realidad de lo que quería hablar es de la aparición de Un mundo sin fin la segunda parte de Los pilares de la tierra.

Un responsable de la editorial o de la promoción o no sé bien de qué(pues en la versión digital de la noticia no se indica) de Un mundo sin fin, comentaba que «esto no es alta literatura», lo cual seguramente sea cierto, pero no puedo corroborarlo entre otras cosas porque ni he leído esta obra ni ninguna otra de Ken Follett. Pero lo que me llama la atención es que comenta que los lectores de este libro «no son personas muy lectoras. Leen 5 ó 6 libros al año.» Y digo que me sorprende porque el libro de Ken Follett tienen 1100 páginas, lo cual equivale al menos a 5 novelas normales, por tanto si los lectores de este libro leen 5 ó 6 como éste, más o menos están leyendo la friolera de 25 ó 30 libros al año. ¿No son personas muy lectoras? Yo creo que sí.

Hay un menosprecio al lector de best-seller incluso por quienes editan este tipo de libros, y eso es un gran error. Primero porque los lectores de best-seller son muchos, segundo porque leen mucho, y tercero porque si leen best-seller «malos» es porque se les ofrecen best-seller «malos» en vez de best-seller «buenos». Los lectores de Ken Follett probablemente también han leído la Sombra del Viento que es un best-seller de cierta calidad, por tanto no es que estos lectores sean tontos o no sean capaces de leer obras de más calidad sino que los escritores y editores no se molestan en ofrecerles calidad, es más, incluso parece que los desprecian como lectores.

Hay quien piensa que es mejor no leer nada que leer determinadas cosas, yo creo que leer es bueno y que son legión los lectores que en el metro devoran lecturas quizá no de gran calidad (o que no son «alta literatura» como comentaba este desconocido en la noticia, sea lo que sea tal cosa…; la «alta literatura») pero que disfrutan con la lectura y que como decía, cuando se les ofrece una obra de más calidad la leen igualmente, por tanto no debemos menospreciar al lector de best-seller sino respetarlo y ofrecerle la calidad que como lector se merece. La calidad la pone el autor y el editor, el lector sólo puede elegir entre lo que hay. Creo que hay obras de entretenimiento que reúnen los requisitos que un lector habitual de best-seller quiere encontrar en un libro y sin embargo están bien escritas y bien editadas, con un criterio de satisfacción al lector. ¿A caso no consideramos ahora los folletines del XIX como alta literatura? Pues eso, que el best-seller no tiene que ser necesariamente malo, pero lo será sin duda siempre que se menosprecie al lector o se le considere tonto.

En fin, que feliz 2008 lleno de buenas lecturas.

Página 2. Un nuevo programa literario en La 2

El primer programa se emitió el pasado domingo y entre otras cosas contaba con una entrevista a Ruíz Zafón, un análisis de los Best Seller, o el 25 Aniversario de Blade Runner. Más informaciòn en la página del programa desde donde se puede ver el programa entero o por secciones: Pagina 2

Cuarto Número de "Cuadernos del Minotauro"


Por fín (pues este número se ha retrasado en exceso) ya está en la calle el cuarto número de nuestra revista cultural de investigación y creación. Como siempre, el grueso está dedicado a trabajos de investigación o divulgación del arte y la literatura, y el resto se reparte entre creación (relatos de Nina Melero y Santiago Beruete, y poemas de Elena Román, Luis Pablo Núñez y Óscar Curieses, que por cierto acaba de publicar Sonetos del útero) y reseñas. También publicamos en la sección «Fragmenta» el primer capítulo de Mientras mi niña duerme de Rossana Campo, una divertida novela negra, editada por Ediciones Barataria. Este es el índice completo del número, y como siempre, el primer artículo, se puede descargar gratuitamente en PDF para ir abriendo boca, y el que quiera recibir la revista completa lo puede solicitar desde aquí

Imagen de portada de Rubén Cukier

ÍNDICE DEL CUARTO NÚMERO

ESTUDIOS

Josué Sánchez

El cabello como un problema estético
en la invasión de América

Santiago Rodriguez Guerrero-Strachan
Formas de la expresión en el Caribe británico

Mª del Carmen Fernández Díaz
Moral sexual en la literatura española y francesa:
el caso extremo de los religiosos

Germán Labrador Méndez
Poética y ciberespacio

Javier Vallina Samperio
Mecanicismo y entropía en primera línea:
la narrativa norteamericana y la segunda guerra mundial

Mª Teresa Corchado Pascasio
Función de las ambigüedades léxicas
en la imagen de la violencia en King Lear

Fernando Figueroa Saavedra
Manipulación e intoxicación informativa:
El despropósito crítico de un académico del graffiti

CREACIÓN

Nina Melero
Cuatro Patas

Santiago Beruete
Amnesia bizantina

Elena Román
Poemas

Oscar Curieses
Poemas

Luis Pablo Núñez
Poemas

FRAGMENTA

Rossana Campo, Mientras mi niña duerme, Ediciones Barataria

RESEÑAS

Jesús Sánchez Lobato
Fernando Vilches Vivancos (coord.), Creación neológica y nuevas tecnologías

Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
Catalina Iliescu Gheorghiu ed. Duplicidad comunicativa y complicidad creadora
en la traducción del teatro: dos extremos de latinidad:
continuidad cultural y contigüidad lingüística

Carmela Hernández García
Luis Miguel Vicente García, Luis Cernuda. Antología